La opinión pública en internet

Un tuit no es un voto

Twitter se ha convertido en un canal de resonancia de diferentes burbujas, a cada cual más polarizada

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / LEONARD BEARD

Antoni Gutiérrez-Rubí

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Twitter, a pesar de ser una de las redes sociales más utilizadas, no es el fiel reflejo de la sociedad. El Pew Research Center acaba de publicar un estudio sobre los usuarios de Twitter en Estados Unidos. Una fotografía interesante que confirma la existencia de un grupo de superusuarios (solo el 10%) que genera el 80% del contenido, frente a una gran mayoría que observa. Estos superusuarios son los que definen los temas de conversación y convierten a esta red social en una caja de resonancia con pretensión de muestra representativa de la sociedad. 

En España, la media diaria de tiempo de un usuario en internet es de 5 horas y 20 minutos (la mayoría dedicado a las redes sociales). Con 23 millones de usuarios activos, ¿significa esto que las redes, o Twitter, son un ágora pública abierta y representativa? No exactamente. 

Las redes sociales pueden cambiar nuestra percepción de la realidad, esa es su fuerza

Twitter se comporta en base a una red de libre escala, siguiendo una distribución según el principio de Pareto, también llamado regla del 80/20 (el 80% de las consecuencias proviene del 20% de las causas). Además, los algoritmos de todas las redes pelean por el bien escaso (la atención y el tiempo de los usuarios) en relación con el bien abundante (la información y los contenidos). En esta tensión, las plataformas desarrollan algoritmos para privilegiar el principio de homofilia que nos hace juntarnos con aquellos que se parecen a nosotros. La reverberación de opiniones y las comunidades como burbujas ofrecen un entorno de seguridad y reducen la complejidad al sesgo confortable. Añadamos la robotización de buena parte de las conversaciones, los haters (los odiadores digitales) y la rentable industria de la desinformación y tendremos un entorno vulnerable al reduccionismo.

Además, las redes han cambiado las dinámicas de las campañas. Los políticos han buscado la desintermediación en la conversación frente a la creciente limitación de la tasa de retorno de la inversión publicitaria en medios tradicionales. Eso explicaría el crecimiento espectacular de la publicidad digital segmentada y el uso del 'big data' con objetivos electorales muy precisos.

En las pasadas elecciones, el auge de Vox era previsible, si tenemos en cuenta esta red social. ¿Por qué lo creímos como inevitable? Twitter se ha convertido en un canal de resonancia de las diferentes burbujas, a cada cual más polarizada. La opinión pública es, en parte, la opinión compartida. De ahí la gran relevancia que tienen las redes como constructoras de percepciones. Pero los usuarios y los electores han empezado un camino de autonomía y cautela respecto a lo que sucede en su vida digital. El espejo autorreferencial está resquebrajándose. Señales de madurez democrática y... digital. 

Un tuit no es un voto, pero puede cambiarlo si cambia nuestra percepción de la realidad. Esa es su fuerza: tan limitada como poderosa. Y es ahí, en este pulso entre la credibilidad de lo sobreexpuesto y la independencia de las voluntades, donde nos jugamos buena parte de la calidad de la democracia.