ANÁLISIS

El día de la marmota en Gaza

Pasan los días, pasan los años, pasan las décadas y permanece invariable la causa profunda de tanta violencia: la ocupación

Una familia palestina espera asistencia médica frente a un hospital de Gaza.

Una familia palestina espera asistencia médica frente a un hospital de Gaza. / periodico

JOAN CAÑETE BAYLE

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Son varios los analistas que han coincidido en hablar del día de la marmota en Gaza a cuenta del enésimo repunte de violencia entre la milicia palestina Hamas y el Ejército israelí. No les falta razón, la dinámica es siempre la misma: varios actos de violencia se suceden hasta formar una espiral que deriva en una explosión bélica. A diferencia de las grandes operaciones de castigo israelíes de 2008/2009, 2012 y 2014, esta vez la espiral ha durado solo unos días.

Llama la atención que las milicias palestinas fueran capaces de disparar más de 600 proyectiles, de los que una treintena impactaron en localidades israelíes. Su capacidad para tacara Israel va en aumento. Da igual si los explosivos son sofisticados o caseros: lanzar misiles de forma indiscriminada contra la población civil vulnera el derecho internacional. Lo mismo se aplica a los bombardeos israelíes de represalia sobre la franja,  estos sí sofisticados, no en vano el tsahal es uno de los mejores ejércitos del mundo. El balance de víctimas de esta nueva escalada es tan desigual como suele: al menos 25 palestinos y 4 israelíes han muerto.

Contribuye a la sensación de día de la marmota la repetición de titulares («guerra entre Hamas e Israel», como si se tratara de un conflicto simétrico, entre dos partes con una capacidad similar de hacerse daño la una a la otra) y la habitual carta blanca que la comunidad internacional concede a Israel en su uso indiscriminado de la fuerza.

El valor de una vida

Otra constante en el día de la marmota que atormenta Gaza es el escaso valor que el discurso dominante concede a la vida de un palestino. Sin entrar a detallar las terribles condiciones de vida de una población de dos millones de personas hacinadas en un pequeño territorio bajo bloqueo desde hace más de una década, en el último año (de marzo del 2018 a marzo del 2019) Israel ha matado en Gaza a 195 palestinos (incluidos 41 niños) en las manifestaciones de la Gran Marcha del Retorno. Estas muertes, como las de las 25 personas de la reciente operación militar, no merecen la misma repulsa que levantan los cuatro israelíes asesinados. Pese a que esto, dicen, se trata de una guerra entre dos combatientes con similar capacidad de hacerse daño, lo de Israel es defensa propia y lo de los palestinos, terrorismo.

Cambian los primeros ministros israelíes, cambian los líderes palestinos, cambian las motivaciones y las causas coyunturales, cambia incluso la geografía, pero lo que permanece invariable es la muerte de palestinos. Da igual que sea Hamas o Al Fatah, cohetes lanzados desde Gaza, suicidas infiltrados desde Cisjordania o fedayines enviados por la OLP desde el Líbano. Pasan los días, pasan los años, pasan las décadas y el día  de la marmota se repite una y otra vez. Lo que permanece invariable es la causa profunda de tanta violencia: la ocupación. 

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