Los retos de Barcelona

Recuperemos la ciudad metropolitana

El área metropolitana es hoy un mercado único y cualquier política sectorial que no contemple esta realidad está condenada al fracaso

Ilustración artículo de Jordi Gosalves 5-05-2019

Ilustración artículo de Jordi Gosalves 5-05-2019 / periodico

Jordi Gosalves

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Es harto conocido que Barcelona desbordó hace décadas sus límites municipales para convertirse en una metrópolis. La auténtica ciudad es hoy el área metropolitana, un continuo urbano que funciona como una sola urbe, algo que debe de tenerse en cuenta si se quieren afrontar seriamente, y con mínimas garantías de éxito, los problemas básicos de la ciudadanía. Es el caso, entre otros, de la vivienda. El área metropolitana es hoy un mercado único y cualquier política sectorial que no contemple esta realidad está condenada al fracaso. Es una cuestión que debería ocupar un lugar destacado en los debates que nos esperan con motivo de los comicios municipales.

Personalidades como Carme Trilla alertan del problema que representa perder la perspectiva metropolitana a la hora de generar vivienda pública, tanto desde el punto de vista de la gestión urbanística y la consecución de suelo edificable, como de una planificación que tan solo tiene en cuenta a las personas que residen en una determinada localidad y olvida que las decisiones que se adoptan en Barcelona, Badalona o L’Hospitalet, repercuten de forma importante sobre los precios de las viviendas de los municipios del entorno. 

Parque público metropolitano de vivienda de alquiler

En este sentido, la reciente constitución de un operador metropolitano de la vivienda, como es Habitatge Metròpolis Barcelona, es un síntoma  positivo, pero puede resultar insuficiente si no va acompañado de la ambición política necesaria para conseguir una lista única metropolitana de solicitantes de vivienda social, o impulsar operaciones de gestión urbanística que logren generar el suelo suficiente para crear un parque público metropolitano de vivienda de alquiler digno de tal nombre, que deje atrás el residual 2% sobre la oferta total que tenemos hoy, para situarse sobre el 20% existente en los países de nuestro entorno.  

También es difícilmente comprensible que en este mercado único de la vivienda, las ayudas a la rehabilitación se gestionen de forma diferente en función de si la propiedad está en Barcelona o en su corona metropolitana. Más cuando los problemas para alcanzar unos niveles mínimos de eficiencia energética o adaptar las viviendas para hacerlas accesibles  en un momento en que la población envejece, son los mismo en todo el continuo urbano barcelonés.

La metropolitanización del urbanismo y de la gestión del suelo también resulta imprescindible para defender la calidad del aire que respiramos. De hecho, una de las medidas más atrevidas que se han adoptado hasta ahora, como es la restricción de vehículos durante los episodios de alta contaminación atmosférica, ya incluye a todos aquellos municipios rodeados por las rondas. Pero ni los humos, ni las partículas en suspensión, ni el CO2 permanecen estancos en el aire de la localidad donde han sido producidos. 

Las medidas destinadas a reducir la polución, pueden ir desde un peaje destinado a limitar el acceso de determinados vehículos al centro de la conurbación metropolitana –modelo aplicado en Londres–, al fomento del transporte público –en París–, la extensión de la bicicleta –Ámsterdam– o el fomento de los vehículos eléctricos. 

En las zonas con la población más pobre

Pero estas decisiones por si solas pueden ser insuficientes. La polución es un problema de salud pública, pero también social. Una investigación sobre las conurbaciones se nueve ciudades europeas, entre ellas Barcelona, publicado por la revista 'Environmental Pollution', demostró que la contaminación del aire se ceba en las zonas donde vive la población más pobre, con los niveles de desempleo más altos y más densificadas.

Sean cuales sean las políticas que se adopten, pasan nuevamente por un urbanismo con perspectiva metropolitana, capaz de precipitar cambios en los modos de producción que nos aproximen a un modelo de economía circular y faciliten el uso de energías limpias. Y si realmente se apuesta por el transporte público como solución, tal vez sería interesante dejar de lado una concepción de la movilidad excesivamente pensada para desplazar a los ciudadanos de la periferia hasta el corazón de la ciudad y prestar una mayor atención a las conexiones entre las diferentes localidades que conforman la gran Barcelona, sin necesidad de pasar antes por el centro.

Las ciudades se están globalizando y su importancia depende cada vez más de su capacidad de facilitar los negocios y ofrecer calidad de vida, capital humano, experiencias culturales e interconectividad. Obviar la dimensión metropolitana de Barcelona puede suponer perder el tren del futuro.