Lucía Etxebarria

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Feliz Día de la Madre

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Orna Dornath revolucionó en el 2016 el mundo de la maternidad con su libro 'Madres arrepentidas'. En él sacaba a la luz un tabú escondido durante muchos años en la tierra profunda de lo que nunca se dice: que existen mujeres que, tras ser madres, no alcanzan ningún tipo de plenitud ni éxtasis ni piensan que su vida por fin tenga sentido después de traer a un hijo al mundo. Algunas aman profundamente a sus hijos, pero, de haber sabido en lo que se metían, no lo habrían hecho. Así de simple. Algunas ni siquiera los aman.

A una mujer que no quiere ser madre, que se atreve a decir alto y claro que no quiere tener hijos, se la mira mal. Me acuerdo de la primera vez que, haciendo alarde de una gran valentía, Maribel Verdú se atrevió a expresarlo en una entrevista, hace muchos años. Qué escándalo. Algo raro debía haber en ella, en su psique, si renunciaba a ese don sagrado, a esa misión maravillosa, que la naturaleza a la vez le había regalado y encomendado. Pero, atención, que a las que sí hemos querido ser madres se nos puede mirar aún peor si no nos atenemos al rol sacralizado que de nosotras se espera. 

Recuerdo las presiones con las que tuve que lidiar porque yo no pude darle el pecho a mi hija. Fue el caballo de batalla que tenemos las madres. Porque si no le das el pecho, no eres una buena madre. No importa que –como fue mi caso– seas tú la que mantengas a la familia y tengas que trabajar casi desde el día que sales del hospital y no estés como para llevar a un bebé colgado del pecho a todas partes. No, porque te culpabilizarán con la Mística de la Lactancia. "Nada representa mejor a una mujer que una madre dando el pecho a su hijo", leo en un blog de crianza. Y las mujeres que no tienen hijos, no pueden o no quieren dar el pecho, ¿qué son/ somos? ¿Extraterrestres?  

Luego llega la que opina que lo abrigas mucho o poco; la que te dice que lo tienes que poner boca arriba o boca abajo; la del chupete sí o chupete no; la de Estevill y la del colecho, la de "no sabes cómo cogerle, déjame a mí", o la de "¿has pensado en hacerte una liposucción? Yo te puedo pasar la dirección de un médico amigo…". Todas opinando. Madres, amigas, hermanas, vecinas e incluso totales desconocidas que te encuentras en la cola del supermercado.

Opiniones que no acaban nunca, que continuarán en el banco del parque –ese parque al que nunca van padres– y en las reuniones del colegio, a las que, por cierto, tampoco van padres. A veces, algún padre aparece, despistado, en el parque o en la reunión de turno. Las madres lo alaban sobremanera y comentan lo buen padre que es. A él se le considera buen padre por hacer lo que nosotras estamos obligadas a hacer. Nadie cuestiona el sexismo implícito en todo esto.

Y cuando tu hijo o hija sea adolescente, ojalá tengas la inmensa suerte que he tenido yo y te salga más o menos sensato y con buenas notas… Porque a la mínima que suspenda, o se emborrache, o fume porros, o responda de malos modos, alguien comentará por lo bajini –o no tan por lo bajini– que la culpa es de esa madre que a su edad todavía lleva minifaldas y que hay quien la ha visto tomando vermús el domingo en el bar del barrio, se creerá que aún es una jovencita.

En el Día de la Madre, algunas madres lo pasarán mal. Algunos hijos e hijas, también. Porque, inmersos en esta idealización de la siempre sacrosanta maternidad, pensarán que no quieren a su madre lo suficiente. Son los vástagos de las madrastras de Blancanieves (las madres narcisistas que envidian a sus hijas, jóvenes y bellas, que les recuerdan que ellas ya envejecen), de las madres de Rapunzel (las que quieren tener encerradas a sus hijas en una torre de marfil, para que las cuiden en la vejez), de las mamás de Pulgarcita (intrusivas y sobreprotectoras que se niegan a que su hijo o hija crezcan), de las mamás de Hansel y Gretel (las que abandonan a sus hijos) o las de Cenicienta (las que los tiranizan). Porque los cuentos nos recuerdan que hay madres de muchos tipos…

Pero ya nos explicaba Bruno Bettelheim en su 'Psicoanálisis de los cuentos de hadas', que en los cuentos infantiles se narran los sentimientos ambivalentes que podemos sentir hacia nuestras madres. Las madres narcisistas, abandónicas, tiranas, intrusivas, suelen aparecer como madrastras, mientras que el hada madrina es la versión idealizada de lo que esperamos de nuestra madre, de lo que queremos que sea, y que normalmente casi nunca llega a ser. Porque las madres somos mujeres de carne y hueso, no hadas.

En el Día de la Madre nos conviene recordar que las mujeres podemos ser muchas cosas. Escritoras, astronautas, físicas, artistas, científicas, deportistas… Y además, madres. O no serlo. Y que podemos ser buenas o malas madres, igual que podemos ser buenas o malas cocineras.

La Mística de la Maternidad es un mito reduccionista que nos hace daño tanto a las madres como a los hijos e hijas. 

Dicho lo cual, feliz Día de la Madre…  A quien quiera celebrarlo.