La cara puede ser un arma

Estaba repasando la prensa, por la mañana, cuando me he encontrado con esta magnífica sentencia: la cara es nuestra tarjeta de presentación. Felicito por ello a la doctora Arantza Mazcurre. La sanidad, en general, está muy bien que tenga estímulos atractivos.

La cara es importante, realmente, todos lo sabemos y su calidad física también puede influir en la estética.

Hay una sentencia española muy antigua que dice que «la cara es el espejo del alma». Naturalmente, como suele ocurrir en bastantes casos, la sentencia puede resultar tan brillante como falsa. Cuántas caras amables que sonríen cariñosamente intentan ocultar con una sonrisa espléndida la más honda malicia.

La especialidad de la cirugía oral y maxilofacial se podría decir que es la gran desconocida de la medicina. La cara puede engañar, señores, la cara puede ser o no ser una careta, porque a veces no quiere esconder nada. Las caras nunca han tenido normas para salir a la calle y ni siquiera se exige en la cara que sepa sonreír.

Hay problemas físicos que, al mismo tiempo, son problemas sociales, y la cara puede ser víctima de ambas adversidades. No soy un experto en esta materia, como el lector seguro que ya lo sabe. La cara es un elemento básico de nuestra anatomía.

Quizá se podría estudiar una posible relación entre 'cara' y 'carácter'. Incluso la cara aparece como una expresión popular que va más allá del rigor científico. A veces decimos a alguien: «hoy haces mala cara». Y más allá del aspecto físico –saludable o no– la cara actúa como un instrumento comunicativo, psicológico o social. Hacemos mala cara a los que nos contradicen o nos multan.

Me parece extraordinario que la musculatura, como ocurre con la que define nuestro rostro, pueda actuar a las órdenes de un sentimiento