Al contrataque

Escritores y políticos

Un elocuente Pablo Casado durante la rueda de prensa.

Un elocuente Pablo Casado durante la rueda de prensa. / periodico

Milena Busquets

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Un escritor, al menos un escritor serio, no suele rectificar. Encuentra (si lo encuentra, es lo más difícil) su voz, su estilo, su mundo y allí se sumerge hasta el final de los tiempos. Ahonda, excava, simplifica, aligera o complica un universo, una pequeña (o a veces enorme) parcela de la experiencia humana.

Es como si a los veinte años te regalasen un jardín (eso sí que sería genial) y pasases el resto de tu vida (no sería una mala vida) con las manos metidas en la tierra, como mucho con un viejo sombrero de paja para protegerte del sol y unos guantes resecos para no herirte demasiado las manos. Un escritor no rectifica, un día se sienta en una silla a la sombra de un árbol (un olivo estaría bien), se calla y punto.

No ocurre lo mismo con los políticos. Los políticos no pueden limitarse a cultivar su jardín, de ellos se espera que bajen al barro. De todos los oficios que conozco, el suyo me parece uno de los más meritorios y difíciles (depender de un modo tan absoluto de la aceptación y el juicio de los demás debe ser espantoso).

Como los escritores, también tienen la obligación de entretener, aunque vistos los debates algunos lo hacen con mucho más empeño que nosotros.

Y una vez han llegado al poder, necesitan permanecer aupados ahí por todos los medios, como Harold Lloyd colgado de las agujas del reloj.

El domingo me pareció que algunos respiraban aliviados al sentir que habían apoyado el pie en una cornisa y percibí la respiración agitada de otros al darse cuenta de que tenían los dos pies en el vacío.

Ambos olvidan que es solo una cuestión de tiempo que los puestos se inviertan de nuevo, porque siempre se invierten, en todo, es parte de la gracia y del pánico.

Uno olvida al instante que los que le han votado le han votado porque era el que menos repelús les daba o para que no ganaran los malos malísimos. El otro olvida que las derrotas son temporales y que no significan gran cosa.

Uno se pone una camisa rosa (suavidad, ternura, optimismo, creo que la ministra Calvo también llevaba un traje rosa a rayas, hubiese sido encantador que saliesen todos vestidos de rosa) para salir al balcón. El otro arrasa su jardín en medio de la noche, arranca y pisotea todas las plantas, sorbiéndose los mocos, triste, decepcionado y todavía incrédulo. <strong>El derrotado empieza a rectificar al día siguiente,</strong> con las palabras primero, que siempre preceden a los hechos y que en un momento dado, si es necesario, se las llevará el viento. El otro, de repente considera que los cardos picudos de su jardín son la flor más hermosa del mundo y sale a regarlos canturreando con su camisa rosa a la luz de la luna. ¡Y dentro de un mes, más! Nunca acaba la diversión.