El 28-A en clave europea
Un alivio para Europa
El riesgo de que la extrema derecha irrumpiera en el Congreso con 40 o 50 escaños tuvo en vilo a muchas cancillerías
Andreu Claret
Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Andreu Claret
La victoria de Pedro Sánchez ha supuesto un alivio para Europa. No solo para los socialdemócratas que andan necesitados de buenas noticias, sino también para Merkel, Macron y todos aquellos que se enfrentan al desafío del populismo y a la merma del europeísmo. Así lo refleja la prensa internacional que se interroga sobre las claves de esta victoria y vaticina un importante protagonismo de Sánchez en la política europea de los próximos cuatro años. Para resumir el sentimiento de alivio que predomina en las instituciones comunitarias, diré que los resultados del 28-A alejan la idea de que España iba a engrosar la lista de los problemas mayores que tiene la UE.
Las elecciones andaluzas encendieron todas las alarmas en Bruselas. Por lo que supusieron de irrupción de una extrema derecha populista y antieuropea, y por la legitimidad que le dieron a Vox el Partido Popular y Ciudadanos, partidos que militan en las filas de conservadores y liberales. Sumados a la crisis catalana, los acuerdos de Sevilla constituían una tormenta perfecta. El temor de los europeos era que la polarización que viven Catalunya y Andalucía alcanzara la política nacional. En cuyo caso, España, como problema, se hubiera sumado al 'brexit', a Italia y a la desafección de los países del Este. De ahí el alivio.
El laboratorio del populismo
El riesgo de que la extrema derecha irrumpiera en el Congreso de los Diputados con 40 o 50 escaños tuvo en vilo a muchas cancillerías. Los elogios de Salvini, Le Pen y Wilders a Abascal, y el interés con el que Bannon seguía la contienda desde su atalaya italiana indicaban que España era el laboratorio preferido del populismo extremista y antieuropeista. La insensata estrategia de Aznar y la fragilidad que se le supone a la democracia española, zarandeada por el conflicto catalán, facilitaban las cosas. Un escenario perfecto para Trump, Putin y todos los que sueñan con debilitar a Europa. Esta estrategia ha fracasado. El temor a una involución ha frenado a Vox, ha castigado la política legitimadora de Abascal y ha dejado al PSOE como el partido de la moderación y la modernidad. Toda una lección para los socialdemócratas europeos que aspiran, como sucedió recientemente en Finlandia, a hacer de baluarte frente a los intentos de dinamitar el proyecto europeo desde dentro.
En Europa, nadie piensa, por supuesto, que Sánchez esté en condiciones de resolver de un plumazo los problemas sociales, políticos y territoriales de España. Es una ventaja para él porque nadie le pedirá soluciones a corto plazo después de tantos años de estropicio. Le bastará, al principio, con hablar otro lenguaje, aquel que forma parte de la mejor tradición comunitaria. El del compromiso con el proyecto europeo y el del diálogo para encarar la situación política, en particular la cuestión catalana.
Más allá de las manifestaciones de apoyo a la legalidad constitucional española que siempre ha hecho Bruselas y que se mantendrán gobierne quien gobierne, la mayoría de los líderes europeos vivieron con enorme desconcierto la política, o la no política, de Rajoy respecto a Catalunya. Antepusieron la responsabilidad de Puigdemont y de todos los que optaron por la vía unilateral, pero consideraron que dejar pudrir el conflicto dejándolo en manos de la justicia fue una insensatez. De Sánchez esperan una vuelta a la política que podría verse beneficiada por la derrota del sector más beligerante del independentismo catalán en las elecciones del 28-A. No le vendría mal que Macron y los liberales europeos, que le admiran, convencieran a Ciudadanos de que el 155 no es la vía para resolver el conflicto catalán.
La ausencia de Europa en la campaña
Paradójicamente, esta misma Europa que puede constituir uno de los puntos fuertes de la política de Sánchez en la nueva legislatura estuvo más ausente que nunca de la campaña electoral. Puede atribuirse a la polarización que dominó los debates y a la obsesión por hacer de la agenda catalana el centro de la confrontación. O puede que haya algo más. Cierta desafección de los españoles hacia el proyecto europeo. Por razones diversas. Para la izquierda, por la política de recortes que la UE impuso durante la crisis. Para la derecha, a causa del nacionalismo que campa por sus anchas y lleva muchos partidos conservadores a calcar aquello de ‘América First’, adaptándolo a cada país. Para los independentistas catalanes, por descubrir que la Unión Europea es el imperio de la ley. A Sánchez le tocara hacer pedagogía en Bruselas para explicar lo intrincado de la situación política y hacerla en Madrid para volver a convencer a la sociedad española de que Europa es parte de la solución.
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