ANÁLISIS

Maragall en la Moncloa

Casi todos los alcaldables de Barcelona se arrogan la herencia de Maragall, pero resulta que el político que encarna algunos de los rasgos más acusados del alcalde olímpico está en Madrid

Pedro Sánchez celebrando la victoria electoral ante sus militantes y seguidores.

Pedro Sánchez celebrando la victoria electoral ante sus militantes y seguidores. / periodico

LUIS MAURI

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Ahora que todo el mundo que compite por la alcaldía de Barcelona se arroga la posesión del ADN político de Pasqual Maragall, incluidas las fuerzas que con más ahínco intentaron destruirlo en su día, resulta que el dirigente que reencarna algunos de los rasgos políticos más acusados del alcalde olímpico no está en Barcelona, sino en Madrid. Acaba de ganar las elecciones generales.

Maragall: tenacidad inexpugnable, heterodoxia, intuición para captar ciertas corrientes de fondo. Es cierto que, hoy mismo, Pedro Sánchez no dispone de la solera política ni del mobiliario intelectual del ‘expresident’ socialista,  pero sí del coraje de este para enfrentarse a las poderosas estructuras orgánicas del partido.

Hace solo tres años, nadie daba un euro por Sánchez. El joven dirigente socialista había anotado los peores resultados electorales de la historia del PSOE, había sido defenestrado por los suyos y se había visto obligado a renunciar al escaño. Estaba en el paro. Desde entonces y en menos de 24 meses, Sánchez ha recuperado la dirección del PSOE, ha derribado al Gobierno de Mariano Rajoy, se ha encaramado a la presidencia del Ejecutivo y ha devuelto la hegemonía a la socialdemocracia. Sánchez ha cubierto el veloz trayecto desde el paro hasta la presidencia pertrechado con los citados rasgos personales y poco más. Bien, algo sí: algún destello de la fortuna y sobre todo algunos errores clamorosos de sus rivales.

Pecado capital

Europa sigue con gran atención la vertiginosa aventura de Sánchez. La socialdemocracia europea purga en la mayor parte de la Unión el pecado capital de no haber brindado amparo efectivo a las clases populares frente a los estragos de la Gran Recesión Gran Recesióny la bacanal neoliberal. No solo la socialdemocracia pena por esa mancha. La idea misma del europeísmo es embestida por el galope siniestro de la extrema derecha, que cabalga una cólera elemental engendrada por la penuria, la desesperanza y el miedo.

El PSOE de Sánchez ha sellado la reconciliación con su electorado natural y ha logrado una enorme movilización frente a la pujanza ultra. La cosecha electoral de Vox no es en absoluto despreciable, pero su 10% queda muy lejos del poder que acumulan sus homólogos en Italia, Polonia y Hungría, donde gobiernan. También está por debajo del 21% que tienen en los parlamentos de Francia y Dinamarca, del 26% de Austria, del 17% de Finlandia y Suecia, del 13% de los Países Bajos y del 12% de Alemania.

Líder europeísta

Esta es, a los ojos de Europa, la gran importancia de las elecciones españolas. España se consolida como el mayor país de la UE gobernado por la socialdemocracia e impide, al menos en este envite, que la ultraderecha dé una nueva campanada electoral en Europa. Consecuencia inmediata: Sánchez multiplica su influencia en el socialismo europeo y se prefigura (a toda velocidad, una vez más) como uno de los líderes de mayor peso de la Unión.

El europeísmo, otro eslabón que remite a Maragall. ¿Acaban aquí las similitudes? ¿Alcanzan más allá? La honda convicción federalista y la sincera vocación regeneracionista de España del alcalde olímpico quizás pudieran ser de utilidad en el abordaje de la era postunilateral del conflicto catalán. Quizás.