La nueva legislatura

El triunfo de la complejidad

El resultado del 28-A obliga a los actores políticos, en Catalunya y en el conjunto de España, a aprender a administrar la diversidad

Pedro Sánchez, en la sede del PSOE tras conocerse los resultados electorales

Pedro Sánchez, en la sede del PSOE tras conocerse los resultados electorales / periodico

Rafael Jorba

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Más allá del análisis de los datos pormenorizados del 28-A, la alta participación se ha traducido en el triunfo de la complejidad frente a la simplificación. Este es el principal reto que deberán afrontar los líderes políticos en la legislatura que ahora se abre. La victoria de Pedro Sánchez ha sido posible porque es el candidato que mejor se ha acercado a la complejidad y diversidad españolas. Frente al eje ideológico y al eje identitario ha emergido un tercer eje: el de la moderación.

La receta del presidente Sánchez, que repitió la misma noche electoral, es simple: respetar la Constitución, avanzar hacia más justicia social y hacerlo en un clima de concordia. Son tres parámetros que pueden suscribir muchos ciudadanos. El frentismo y la dinámica guerracivilista asustan a los electores moderados. También la táctica del 'cuanto peor, mejor'. Entienden que la política democrática es la forma civilizada de resolver los conflictos en aras del interés general.

Quinta y sexta fuerza en Catalunya

Pedro Sánchez sabía -las victorias del PSOE así lo atestiguan- que no se puede gobernar España sin Catalunya; menos aún contra Catalunya. Se puede y se debe combatir la unilateralidad que esgrimió el independentismo en los hechos de setiembre y octubre del 2017, pero la receta no puede ser la unilateralidad de signo contrario: la aplicación preventiva del artículo 155 de la Constitución. Quienes así lo pregonaban (Cs y PP) han quedado relegados a quinta y sexta fuerza en Catalunya (y sin representación en el País Vasco).

Cayetana Álvarez de Toledo -ahora única diputada electa del PP en Catalunya- defendía la fusión entre PP y Cs, en línea con las tesis de la FAES de José María Aznar. Esta fusión, con la Constitución en ristre, atentaba contra los equilibrios de la Carta Magna de 1978. Los padres de la Constitución española, de cuyo Título VIII discrepó entonces un novel Aznar, construyeron un texto voluntariamente ambiguo, anclado en los equilibrios propios de la Transición, en el que conviven el concepto de “pueblos de España” (preámbulo) con el de “pueblo español” (artículo 1.2); el de “nación española” con el de “nacionalidades y regiones” (artículo 2).

Pedro Sánchez sabía que no se puede gobernar España sin Catalunya; menos aún contra Catalunya

Las nacionalidades no eran otra cosa que las naciones históricas que formaban parte del Estado compuesto que es España. El resultado del 28-A, como se encargó de corroborar Pablo Iglesias en la noche electoral, confirma el carácter plural, plurinacional, de España. Las recetas unilaterales, de Catalunya contra España y viceversa, no son válidas para administrar la complejidad, la pluralidad, que reflejan las urnas. Se impone el diálogo, la negociación y el pacto. También la lealtad institucional mutua.

Este triunfo de la complejidad frente a la simplificación política rige también en Catalunya: ERC se ha erigido en primera fuerza, a poca distancia del PSC (más de un millón de votos y cerca de un millón, respectivamente) porque su líder, Oriol Junqueras, dejó claro desde la cárcel que sus votos impedirían un Gobierno de las tres derechas (PP, CS y Vox). A su manera, ERC se ha sumado al frente de los moderados y se ha distanciado de la vía legitimista y de abierta confrontación que marcaba Puigdemont al PDECat y a su marca electoral (JxCat).

La estrategia de Junqueras, después de dos intentos fallidos, se ha impuesto en las filas independentistas. El sector interior del PDECat deberá decidir después de las municipales y europeas de junio si quiere hacerse con el mando a distancia con el que Puigdemont ha venido dictando su política desde Waterloo. Es de esperar que, culminado el actual ciclo electoral, las principales fuerzas políticas catalanas sean capaces de hacer un 'reset' para recuperar la acción de gobierno, de puertas adentro, y volver a pesar en la política española, de puertas afuera.

Repito la idea inicial: el resultado del 28-A obliga a todos los actores políticos a aprender a administrar la complejidad, una tarea que compartimos con las principales democracias de nuestro entorno. El marco constitucional y el espacio común europeo, en el que España ha delegado soberanía, son el terreno de juego en el que pueden y deben encauzarse las demandas catalanas.

Entre tanto, la renuncia al unilateralismo es una exigencia para todos. Lo aprendió el independentismo en otoño del 2017 y lo han aprendido ahora las tres derechas (no se combate el guion original de Vox con sucedáneos, dicho sea entre paréntesis). No se podía gobernar Catalunya contra España y sin Europa. Y tampoco se puede gobernar España contra Catalunya y con fuerzas que, como Vox, encienden las alarmas en la Unión Europea.