CON INTERÉS
Una huella que marca el futuro
Josep M. Berengueras
Periodista
Josep M. Berengueras
A todos nos gusta recibir en nuestro correo electrónico una oferta para comprar nuestro perfume preferido, un vale para alojarnos (oh, sorpresa) justo en el destino de nuestra próxima escapada o descubrir que ese comercio que hace meses que no visitamos nos ofrece un 50% de descuento en nuestra próxima compra.
No se trata, claro, de una casualidad. El buzoneo sigue existiendo, pero hoy en día lo que funciona es el análisis de los datos y la publicidad personalizada. El ejemplo más sencillo es el clásico «vamos de viaje a X destino», buscamos en Google información, y durante los próximos meses –incluso cuando ya estemos de vuelta–, veremos anuncios de aerolíneas, hoteles, restaurantes y comercios de nuestro destino.
Internet todo lo sabe, o mejor dicho, las compañías que dominan internet lo saben todo de nosotros. Y en la mayoría de casos, lo saben porque nosotros hemos dado permiso, siendo o sin ser conscientes de ello. Google, Amazon, Facebook y Microsoft saben más de nosotros que muchos de nuestros amigos y familiares. Recibimos ofertas, sí, ahorramos o nos ayudan a decidir dónde cenar o qué regalos comprar. Pero es gracias a que hemos regalado esos datos, en muchos casos sin quererlo.
Solo hay que analizar un perfil al azar de Instagram. Cualquiera puede saber si esa persona tiene pareja y mascota, sus restaurantes preferidos, últimos viajes, si tiene coche y su marca de moda predilecta. ¿Y si es una máquina quien analiza el perfil y le suma los datos de Linkedin, Facebook, Twitter y Pinterest?
La mejor prueba de ello la dio unos días The New York Times. En un reportaje, explicaba cómo habían almacenado nueve horas de vídeo de unas cámaras web públicas situadas en un parque de Nueva York y las habían analizado con un software de Amazon de reconocimiento facial. Obtuvieron 2.750 rostros anónimos y los cruzaron con personas que trabajaban en la zona (tan simple como visitar Linkedin). El resultado: varias identificaciones con un 90% de probabilidad. Algunos, contactados por el diario, confirmaron ser ellos. ¿El coste de analizar, identificar y saber los hábitos de decenas de ciudadanos con nombre y apellidos –dónde trabajan, por dónde pasan, dónde compran en café–? Solo 50 euros.
No somos conscientes de la cantidad de información que ofrecemos y que puede marcar nuestro futuro. Pero tan culpables somos nosotros como las redes sociales, buscadores, aplicaciones y grandes firmas de internet que, por el simple hecho de aceptar unos términos de uso que no se lee nadie, tienen toda esa información.
Y si con 50 euros un diario ha podido identificar a decenas de personas, ¿qué no pueden hacer grandes corporaciones o gobiernos?
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