Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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Niños sordos y otros niños que merecen más respeto

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Hace un tiempo hablando del «juego de dar pena» conté la historia de un desconocido o desconocida que se hace pasar por un tal Ariel Serlik, y que cuenta la historia de que ha adoptado a dos niños sordos y una niña con hemiparesia. Tiene abierto un blog y hace creer a la gente que su historia es cierta. No lo es. ¿Qué cómo me di cuenta yo? Porque tengo una hija con un defecto de audición, que lleva un implante coclear. Y por eso sé que los niños sordos tienen muchos problemas que en el blog del tal Ariel Serlik no se relataban.

Defensores de este blog me decían que «no es delito mentir». Y no, no es delito. Esa es la diferencia entre un ilícito penal y un ilícito moral. Pero hay personas que leen ese blog y creen que la historia es real, y que tener un niño sordo es muy fácil, y adoptarlo también. Los amigos de una amiga se llevaron un tremendo disgusto cuando descubrieron que adoptar a un niño sordo es más difícil que adoptar a un niño normoyente. No, no le dan a usted un premio porque sea «tan bueno» como para que «no le importe» adoptar a un niño sordo. Usted no es bueno por adoptar a un niño sordo. Usted es muy narcisista si cree que va a ser mejor persona por hacerlo. Pero es que, además, un niño sordo necesita unos cuidados especiales y una persona que se los pueda dar, y que disponga de mucho tiempo y de mucho dinero. No necesita solo a una buena persona.

Porque el Estado le paga a usted el implante coclear, eso es cierto. Pero eso es todo lo que le paga. Y hay más gastos. El coste de las pilas: 140 euros anuales. El seguro de prótesis, unos 250. Los cables, 200. La bobina: 300 euros. Un portapilas, 800... Un repuesto de batería estaría por unos 290 euros y el procesador externo de sonido cuesta unos 8.500 euros. Y, cuidado, que un niño pequeño fácilmente pierde o rompe el implante, y la seguridad social no paga otro. Y el implante cuesta 3.000 euros. Tampoco le paga el logopeda, si vive usted en mi comunidad autónoma. Y son 60 euros la sesión. Más el tiempo de llevar y traer a la niña, y esperar. Tres o cuatro horas semanales. A veces cinco. Y el niño, sin logopeda, oye, pero no habla.

La huella digital
nunca desaparece. 
Si usted cuelga
la imagen de un 
menor, esa
imagen no
desaparece 
nunca, aunque
usted la borre

La historia de Ariel Serlik no es la única de alguien que se inventa una vida por internet. Existe otra madre que vive de hacer cursos por internet sobre desarrollo personal, educación de niños y crianza. No posee título alguno, aunque ella dice que sí. En España un título, para ser reconocido como tal, debe estar avalado por la ANECA, la agencia nacional de calificación. Pues bien, esta madre utiliza a sus hijos de reclamo. Como hacen tantas madres en sus blogs de crianza o de consejos para madres. Blogs que monetarizan, con los que ganan dinero. En el caso de esta madre, resulta que sus dos hijos están supervisados por servicios sociales porque tanto el colegio como el pediatra alertaron de una más que fundada sospecha de maltrato. Cuatro años lleva abierto el expediente. Cuatro. Cuatro años de supervisión constante. No digo el nombre de esta madre porque sería revelar un dato de la intimidad de los menores (el hecho de que están supervisados). Yo soy mucho más respetuosa con la intimidad de los menores que su propia madre, que los expone sin parar para hacer dinero con ello.

La huella digital nunca desaparece. Si usted cuelga la imagen de un menor, esa imagen no desaparece nunca, aunque usted la borre. Y aunque usted encuentre muy mona esa imagen de su hijo lavándose los dientes, quizá su hijo no lo siente así. Ya existen precedentes de menores que han demandado a sus padres por haber publicado fotos sin su autorización, y a los que el juez ha dado la razón. Recientemente una joven austríaca de 18 años demandó a sus padres que llevaban media vida mostrando su imagen (desnuda en la cama de bebé, gateando por la alfombra o sentada en el orinal). Este es uno de los miles de casos de hijos que denuncian a sus padres. Y la justicia les da la razón: un padre no tiene derecho a colgar fotos de sus hijos.

No se fíe usted de los consejos de los blogs de madres –por muy bien intencionados que le parezcan–, mucho menos si hacen dinero hablando de sus hijos y exponiendo su imagen. Por el bien de sus hijos, si quiere usted consejos sobre crianza de educación de niños, acuda a un/a pediatra o a un/a psicólogo infantil, que para eso están. Y si quiere apoyar a los niños sordos que no pueden costearse un implante puede apoyar la convocatoria de Marcos Lechet en la plataforma Change.org