ANÁLISIS

Cuando la voracidad no tiene límites

Messi levanta el trofeo de la Liga tras la victoria ante el Levante.

Messi levanta el trofeo de la Liga tras la victoria ante el Levante. / periodico

Albert Guasch

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Cuando Messi ganó la primera Liga, tenía 17 años, lucía el número 30 y una caballera larga y desordenada. Rijkaard le introdujo con calma, en siete partidos, y marcó un gol. Bonito, de vaselina, pero un solo gol. Quince años después, con mejor corte de pelo y más tatuajes, acumula ya 10 campeonatos, a dos de los 12 de Paco Gento. Dicen que era muy rápido el jugador madridista, pero nadie lo es suficientemente como para escapar de la voracidad de récords del futbolista rosarino. No hay a quien no pueda atrapar.

Messi se marchó de su hogar de adolescente, se dejó algunas lágrimas en el charco que cruzó junto a su padre y una vez en Barcelona se plantó en el primer equipo en apenas dos o tres saltos desde el infantil B en el que comenzó su tremenda historia de determinación. Hay escritas biografías que lo cuentan bien. Y esa firmeza de la voluntad ha reforzado su talento desproporcionado para este mundo de mortales. 

«No tenemos que pedir perdón por tener a Messi», exclamó hace poco Valverde. Que es como decir que, efectivamente, su equipo juega con una ventaja notable, pero todo es legal. Es humano hasta que la ciencia médica pueda probar lo contrario. Y a ese ser humano bajo sospecha de extraterrestre se encomendó de nuevo el barcelonismo para abrir la caja fuerte del Levante y extraer el trofeo de la Liga y los fuegos artificiales. 

Messi lo arregla, vino a ser el mantra que se expandió en el descanso. Messi, la palabra mágica. Sorprende que no figure como personaje crucial en Avengers endgame, la nueva entrega de superhéroes de la semana. Messi introdujo la pelota después de poner orden y talento a una jugada de ataque embarullada impropia del Camp Nou. En cualquier barro encuentra una pepita de oro este futbolista.

Más épica

Su aparición proyectó al equipo hacia la victoria necesaria, aunque se consiguió con toneladas de sufrimiento impensado. Fue la manera de dotarle de épica a un título que se daba por descontado desde hace semanas. Y sirvió hacerlo así para recordar que no esto no es tan fácil como parece. Que a veces hay que sudar como en una sauna incluso ante un candidato al descenso. Darle, en definitiva, de más adrenalina a la conquista. Excesiva, quizá, tras ver el balón tocar al palo.

Y resulta la mar de adecuado que el autor del gol fuera el argentino prodigioso, el mejor que pisó nunca una cancha. Su temporada liguera ha sido excepcional. Ya no se sabe si la mejor o no. Solo que ha estado al nivel de su grandeza. Son 15 años que no se pueden creer.

Por cierto, un aplauso para la nueva fórmula de reconocer al campeón de Liga. No hacía ninguna falta esperar a la campaña siguiente para entregar la Copa. La fiesta cobra más sentido así. El fútbol mejora a veces con detalles muy simples. 

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