Al contado

Candidatos, candidatas ¿y la economía?

En 1992, Clinton se impuso a Bush padre al centrarse en los problemas cotidianos de los ciudadanos

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Agustí Sala

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Ya sabemos qué piensan los unos de los otros y de los partidos de sus contrincantes los candidatos a la presidencia del Gobierno -digo candidatos porque todos los cabezas de cartel para La Moncloa son hombres, eso aún ha cambiado poco-. "Tú has hecho mal esto", "has hecho mal lo otro"... Y así todo.

Los debates, muchas veces más shows televisivos que contrastes de opiniones y de propuestas, han sido un entretenimiento en vez de una vía para conocer planes de futuro para el país. El márketing predomina tanto que más que soluciones políticas parece que nos quieren vender productos milagrosos.

"Daremos esto, bajaremos lo otro", afirman, como si de un gran bazar de mercancías atractivas se tratara. En lugar de captar indecisos parece que lo que persiguen es el aplauso, el aval y la palmadita en la espalda de los correligionarios.  

En realidad cuesta recordar qué es lo que en verdad propone cada uno de los candidatos. No me refiero evidentemente a algunas grandes cuestiones y principios que les caracterizan, sino a las recetas concretas que plantean sobre los temas que más preocupan en realidad a los ciudadanos.

¿Qué piensan hacer con las pensiones? ¿Y con los impuestos? ¿y la sanidad? ¿ y la educación...? La verdad es que todos y sus compañeros y compañeras de cartel han dado pinceladas, pero con brochas muy gordas. Todos estos elementos se emplean como armas arrojadizas contra el adversario, no como propuestas o elementos para un posible acuerdo en el futuro. Prima la confrontación. En medio de una acalorada discusión, envueltos en banderas de uno u otro color,  se escapa una tarifa plana para autónomos, una rebaja impositiva o una deducción, pero con poco detalle más.

En un momento en el que se habla de desaceleración, de la necesidad de acometer reformas para mejorar la solvencia de la economía ante la posibilidad de una recesión o una crisis o precisamente para paliar sus efectos o evitarla, faltan propuestas concretas. Solo mencionan aquello que puede alegrar los oídos de la parroquia y atacan todo lo que venga de los demás. 

En 1992, Bill Clinton popularizó en la campaña electoral en la que se enfrentó a George H. W. Bush, el lema "La economía, estúpido". Y ganó. A pesar de que inicialmente se daba por hecho el triunfo de Bush, que había cosechado enormes éxitos en política exterior, los votantes se decantaron finalmente por Clinton, que centró su campaña en cuestiones más relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas.     

Decía Grouho Marx que "la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados". Contradigamos al genial humorista para evitar que los salvapatrias de mensaje simplista y agresivo impongan sus ideas. Y lo que es peor, que ganen.