Elecciones generales

Vox: ganar solo por estar ahí

La consolidación de la formación ultra ha terminado de romper la imagen del PP como partido alfa de la política española

El candidato de Vox a las generales, Santiago Abascal, en un mitin en Vitoria.

El candidato de Vox a las generales, Santiago Abascal, en un mitin en Vitoria. / periodico

Enric Marín

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Durante años la inexistencia formal de un populismo de derecha autoritario y xenófobo apareció como una singularidad del mapa político español en el contexto europeo. Uno de los mayores méritos de José María Aznar fue, precisamente, unificar todas las expresiones de la derecha. En términos de marca electoral, el PP aznarista cubría el amplio espacio que va de la derecha más dura en el centro. Esta transversalidad social era consecuencia, en parte, de haber construido una sólida hegemonía ideológica y cultural en el campo del nacionalismo español. Una hegemonía que iba mucho más allá del espacio estrictamente conservador para penetrar las concepciones de una parte significativa del electorado urbano de centro y centro izquierda.

Pero la consolidación de Vox ha terminado de romper la imagen del PP como partido alfa de la política española. El asalto a la política madrileña de Cs ya había roto el monopolio del artefacto electoral aznarista, pero la irrupción de Vox ha tenido un doble efecto estructural en la política española: ha terminado de fracturar la expresión política de las derechas y ha escorado el conjunto del sistema político a la derecha. De hecho, la virtual victoria del PSOE se explica por la voluntad expresa de presentarse como un partido centrado. Tanto como para hacer imaginable una reedición del pacto con Cs. La singularidad representativa de la ley electoral española puede hacer que la división de la oferta electoral de la derecha impida sumar mayorías de gobierno, pero esto no significa que haya desaparecido la concepción hegemónica de España diseñada por la FAES. De hecho, si analizamos el discurso político de Casado, Abascal, Rivera, Arrimadas Álvarez de Toledo, no cuesta nada identificar el imaginario político fuertemente neoconservador de José María Aznar.

Con un número importante de indecisos, lo que queda de campaña todavía puede enmendar alguna de las abundantes previsiones demoscópicas de estos días, pero ya podemos consignar dos hechos. En primer lugar, que solo por el hecho de haber normalizado su presencia electoral, Vox ya ha ganado: ha conseguido obligar a redefinir a todas las demás fuerzas políticas y ha terminado de imponer un marco mental. El debate surrealista sobre los debates televisivos ha sido la muestra. Y, en segundo lugar, que la estrategia de la tensión en la que tan cómoda se encuentra la cultura política neoconservadora ya se ha impuesto en el escenario político con epicentro en Madrid. La diferencia hispánica es que mientras para la extrema derecha europea o americana el nacionalismo excluyente alimenta de manera preferente del rechazo a la inmigración (enemigo exterior), el nacionalismo español engorda explotando el rechazo al catalanismo hegemónico, caracterizado como secesionismo (enemigo interior). Este es el monotema con lo que las tres derechas tensionan y procuran incomodar y deslegitimar a las izquierdas españolas. Pero lo que parece que funciona en España puede ser muy contraproducente en Catalunya. Seguramente por eso, el republicanismo catalán saldrá fuertemente reforzado el próximo fin de semana.