Auge de la ultraderecha

El otro eres tú

Al contarnos historias de inmigración nos descubrimos iguales, gente que nos buscamos la vida

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Najat El Hachmi

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La primera vez que Plataforma per Catalunya obtuvo un concejal en la ciudad de Vic sentí una gran tristeza: algunos de mis vecinos, con quienes había convivido desde pequeña con toda normalidad, decidían depositar su confianza en un partido que no tenía más discurso que el odio hacia los inmigrantes.

Viendo el auge de Vox no puedo dejar de acordarme del fenómeno pionero en ultraderecha xenófoba que tuvimos el dudoso mérito de empezar en Catalunya. La diferencia principal entre ambas formaciones es que con Vox se puede escoger contra quién quieres dirigir tu odio: el colectivo LGTBI, las mujeres, los moros, los inmigrantes en general o los catalanes, ese enemigo interior visto como cuerpo extraño que hay que extirpar de la españolidad pura. Como mujer, de origen inmigrante y catalana se pueden imaginar como me siento. O no, porque el hecho de ser algo no hace que automáticamente uno sea consciente de las estructuras de discriminación que sufre y prueba de ello es que hay mujeres que militan y votan a este partido y que su cabeza de lista por Barcelona es un hombre negro de ascendencia ecuatoguineana por parte de madre. Sería de risa si no fuera tan triste que la memoria migratoria sea tan corta.

Con Vox se puede elegir contra quién diriges tu odio: mujeres, LGTBI, inmigrantes, catalanes

El proceso de deshumanización del otro es el fertilizante imprescindible para abonar el campo del racismo. El otro no es mi vecino con sus dificultades cotidianas, sus alegrías y tristezas, su dolor y su gozo. No es el padre preocupado que se ocupa de sus hijos, no es una madre que cuida, no es un joven buscando su lugar en el mundo, no es el trabajador que lucha por mejorar sus condiciones laborales ni es una familia con todos sus miembros en paro que no tiene donde agarrarse. El otro no es el que habla una lengua distinta que quiere por el simple hecho de ser la suya, el otro no tiene recuerdos de infancia ni vínculos familiares. El otro es el enemigo peligroso que quiere quitarte lo poco que tienes, responsable de todos tus males, una amenaza para tu forma de vida que hay que controlar, vigilar, condenar a la miseria por el simple hecho de ser alguien que consideras distinto a ti.

Quien pierde la memoria de ser otro está abocado a aceptar acríticamente este discurso que en otros momentos de la historia llevó a las peores catástrofes humanitarias. Cuando nos contamos historias de inmigración los unos a los otros nos descubrimos iguales: quienes se fueron por la guerra, quienes se buscaron la vida hacia el norte, quienes dentro de un mismo país se desplazaron de una región a otra, del campo a la ciudad, de la zona pobre a la rica. Todos somos lo mismo: gente que nos buscamos la vida. Nacer en un lugar u otro es pura casualidad, no es ningún mérito que te haga superior por grande que digas que es tu país, si acaso un privilegio. ¿Pero quién quiere ser el otro cuando el otro es pobre, ignorante, fanático y feo? ¿Quién quiere mirarse al espejo para descubrir que el otro eres tú y que en ti también está ese enemigo que quieres aniquilar?