Opinión | Editorial

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Sant Jordi, un día ejemplar

Una vez al año el día del libro nos recuerda que es posible el país civilizado, participativo, plurilingüe y culto al que deberíamos aspirar a ser

Venta de libros y rosas en la Rambla.

Venta de libros y rosas en la Rambla. / RICARD CUGAT

Los mejores pronósticos para el día de Sant Jordi se cumplieron. La gente en la calle, los libros y las rosas en sus manos, las escuelas volcadas en un Sant Jordi oculto pero que moviliza con actividades culturales a centenares de miles de futuros lectores del mañana y ninguna mancha en el ambiente de convivencia.

Las ventas parecen corroborar el mantenimiento del mercado del libro, que no se ha recuperado del cataclismo que vivió durante la crisis pero ha conseguido estabilizarse con cifras sostenibles. Más allá de la tiranía del 'best-seller' prefabricado, los lectores eligieron todo tipo de propuestas no solo entre esa inmensa cantidad de libros que no aparecen en las listas de más vendidos sino incluso en el podio de los más destacados. El libro en catalán sigue avanzando hacia una situación de normalidad. Y a pesar de la amenaza de la lluvia que al final se desvaneció y de la complicación de una ‘diada’ adherida a las vacaciones de Semana Santa, las calles se llenaron, pero beneficiándose de una desconcentración (en el tiempo, con actividades anticipadas en el territorio, y en el espacio, esponjando las zonas más colapsadas del centro de Barcelona) que empieza a conjurar el peligro de que Sant Jordi muera de éxito.

Cuando en las redes los insultos y amenazas vuelan como cuchillos y, en plena campaña electoral, demasiados políticos azuzan el odio, la división y la crispación, una vez al año el día del libro nos recuerda que es posible el país civilizado, participativo, plurilingüe y culto al que deberíamos aspirar a ser.