Sant Jordi

Salgamos llorados de casa

Sant Jordi concentra lo mejor y lo peor del mundo de la edición en un solo día

Lectores hacen cola para que Rafel Nadal les firme su libro 'El fill de l'italià'

Lectores hacen cola para que Rafel Nadal les firme su libro 'El fill de l'italià' / periodico

Núria Iceta

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Lo dije en el artículo del año pasado y lo mantengo: la noticia de Sant Jordi NO es la lista de los más vendidos. La noticia somos todos nosotros llenando las calles y comprando libros, a pesar de que hoy se repetirán estos balances que solo interesan al editor que ha sido galardonado con el primer lugar del podio porque es el que habrá ingresado más dinero.

Leamos esto en negrita, por favor: según los datos del Gremi de Llibreters, solo a través de su red ese día se facturaron el año pasado 22 millones de euros y se vendieron 1,62 millones de ejemplares, repartidos en más de 53.000 títulos diferentes, de los que los libros en catalán representaban el 58,89%. Los 10 títulos más vendidos de los 53.000 sólo representan un 5,82% sobre el total de los libros vendidos, por eso los que defendemos la bibliodiversidad nos fijamos más en los 53.000 que en los 10.

Siempre hay quejas sobre el "monstruo" de Sant Jordi. Las entiendo, desde el punto de vista del sector editorial, concentra lo mejor y lo peor del funcionamiento de la edición en un solo día, y esto lo hace maravilloso y estresante a la vez. Pero yo me quiero quedar con lo mejor. Si defendemos que el fomento de la lectura y las políticas culturales en general requieren de acciones a medio y largo plazo, ¿nos pondremos ahora a discutir sobre qué es Sant Jordi, un fenómeno que ha rebasado todas las expectativas y que no para de crecer?

Hoy, basta de quejas

Todos los eslabones de la cadena tenemos agravios. Incluso el lector, al que culpabilizamos de no formar parte porque nuestros índices de lectura son tristemente escuálidos.

Yo he escuchado a escritores que se indignarían de ser calificados como mediáticos recomendando las traducciones castellanas de libros que están disponibles también en catalán en editoriales y traducciones de prestigio.

He escuchado a libreros ofreciéndose como prescriptores, y lo son, pero no son infalibles, como tampoco lo son los críticos ni lo somos los editores, porque finalmente el tiempo de que disponemos es limitado y hay mil factores que sitúan un libro u otro en lo alto de la pila de los pendientes de leer y por tanto susceptibles de ser recomendados.

He visto a bibliotecarias diciendo que su biblioteca no va de libros, sino de personas. He visto departamentos gubernamentales repartirse la dotación de subvenciones por una cuestión de competencia (competencia no de profesionalidad, sino de rivalidad). He visto medios de comunicación caer rendidos a los pies de una nueva editorial que hacía muy buena pinta pero que ahora vemos como desaparece del mapa dejando un rastro de incumplimientos y de impagos sin la misma cuota de pantalla. He visto a funcionarios municipales pensando que los pobres editores independientes que hoy nos hemos derrengado en la calle somos “agentes de venta” de vete a saber qué negocio.

Todo esto son anécdotas reales. No son quejas. Pero no tienen que ver con Sant Jordi sino con el resto de los 364 días del año. No le pidamos a Sant Jordi lo que nosotros no hemos sabido hacer el resto del año, y mientras tanto salgamos llorados de casa y disfrutemos de la fiesta.

Editora de L'Avenç.

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