El conflicto catalán
El frente de los 'iliberales'
Cs y PDECat, que se sentaban juntos en el grupo liberal del Parlamento Europeo, muestran su rostro político más antiliberal respecto al `procés¿
Rafael Jorba
Periodista. Secretario del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
El término 'iliberal' (no liberal) es un neologismo en boga en la ciencia política. En las democracias 'iliberales', como explicaba en un artículo académico el profesor Cesáreo Rodríguez-Aguilera de Prat, el momento electoral es clave: los actores políticos actúan con la convicción de que las elecciones dan carta blanca al vencedor. Paradójicamente, Cs y PDECat -dos partidos que hasta hace bien poco se sentaban juntos en el grupo liberal del Parlamento Europeo- están mostrando su rostro político más antiliberal en el debate sobre el 'procés'.
En el caso de Junts per Catalunya -la marca electoral del PDECat controlada desde Waterloo por Carles Puigdemont-, el axioma es el siguiente: “La libertad del pueblo y la democracia están por encima de cualquier ley o imposición" (Quim Torra 'dixit'). En consecuencia, la “voluntad del pueblo” y “el mandato” del 1-0 son un cheque en blanco que autoriza a su portador a romper en cualquier momento las reglas del juego: “Lo hicimos y lo volveremos a hacer” (Torra, de nuevo).
Un contrasentido jurídico y político
En el caso de Ciudadanos, basta con leer el primer punto de su programa: “Plantearemos la aplicación del artículo 155 de forma inmediata para garantizar la convivencia en Cataluña, la neutralidad de los espacios públicos y el acatamiento de la Constitución por parte de la Generalitat”. Esta aplicación preventiva del artículo 155 (para evitar que lo vuelvan a hacer) representa un contrasentido jurídico y político: la primacía de la Constitución, como ha recordado el TC, “no debe confundirse con una exigencia de adhesión positiva a la norma fundamental” (la llamada democracia militante) y son los actores políticos del Estado autonómico los que “están llamados a resolver mediante el diálogo y la cooperación los problemas que se desenvuelven en este ámbito” (también el TC).
El resultado de ambas posiciones enfrentadas -el menosprecio de las reglas del juego y la Constitución esgrimida como arma electoral y no como espacio de encuentro- es una muestra del perfil iliberal de sus dirigentes. Los ciudadanos, de un lado y de otro, en Catalunya y en el conjunto de España, son los rehenes de este déficit de política que nos ha llevado al actual callejón sin salida.
El problema de fondo no es el PP de Pablo Casado, que ha vuelto al redil aznarista, sino la subasta emocional que protagonizan los dos antiguos socios del grupo liberal europeo reconvertidos al iliberalismo. Desde esta lógica, la fuerza emergente de Santiago Abascal no podía tener mejores aliados. Entre matones -'fatxendes', como decimos en catalán- anda el juego. El resultado del 28-A servirá para evaluar la estrategia de la tensión: si el eje identitario en el que se han instalado el nacionalismo español y el catalán pesa más que el programático.
Las urnas dirán también si se abre camino un tercer eje -el de la moderación política- que intenta articular Pedro Sánchez para romper la dinámica de confrontación en el debate territorial. Solo así se podría recuperar la Constitución como terreno de juego y no como arma de guerra preventiva contra el disidente.
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