Dos miradas

Ser o no ser catalán

Negar a una persona la pertenencia a una comunidad por su ideología no es una insignificancia. Y menos, una broma

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Emma Riverola

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Hubiera sido sencillo. Bastaba con un nuevo tuit de disculpa sincero y dirigido a todos sus lectores. Podía haberle añadido unas gotas de ironía. Ingenio le sobra. “Cuatro españoles debatiendo qué hacer con Catalunya sin que los catalanes tengan voz. Esto ha sido el debate. Esto es España”. Y este fue el tuit de Toni Soler para describir el debate entre los cuatro principales candidatos a la presidencia del Gobierno: dos madrileños, un castellanoleonés y… un catalán. El revuelo fue importante. Negar a una persona la pertenencia a una comunidad por su ideología no es una insignificancia. Y menos, una broma. Soler no fue el único que mezcló fobias e identidades, también algún político independentista se deslizó por el tobogán de la exclusión. Que Soler sea el comunicador estrella de TV-3, el cómico que hace reír, al que respetan y admiran cientos de miles de personas, añade más irresponsabilidad al mensaje.

Curiosamente, quizá todo se trate de amor, que puede ser el mejor o el peor de los sentimientos cuando se asocia a una ideología. Soler debe de pensar que Albert Rivera no ama Catalunya al quererla ver maniatada en un 155 eterno. Pero el amor siempre es particular. Y habrá quién crea que no se puede amar un pedazo de tierra y fracturarla y poner en riesgo su convivencia. Lo peor del tuit de Soler es que, implícitamente, también expulsaba a los catalanes que sí se sintieron representados por la voz de Rivera. Maldita la broma.