Monstruos fantásticos

Tiempo de dragones

Pocas cosas habría tan temibles en la antigüedad que un animal capaz de lanzar fuego por las quijadas

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Care Santos

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De la leyenda de Sant Jordi, el que me cae mejor es el dragón. A Sant Jordi me lo imagino como un guaperas repeinado y presumido, un perdonavidas acostumbrado a conquistar cualquier cosa, incluida la princesa de turno. Con ella aún me identifico menos. No corren buenos tiempos para damiselas en apuros, sacrificadas en aras de la paz o de una promesa rancia. Siempre me cayó fatal que la única puteada del cuento, una vez todo se resuelve, tenga que ser la princesa. O se la come el dragón o la casan con el guaperas. En algunas versiones, encima, el muy burro se permite el lujo de despreciarla. En otras, que prefiero, el valiente y aguerrido guerrero fracasa y no logra matar a la bestia. Es un humilde zapatero quien lo hace, no con fuerza ni agallas caballerescas, sino con ingenio. Exactamente eso es lo que ocurre en una de las leyendas fundacionales de la ciudad polaca de Cracovia, la del dragón de Vawel. Es el humilde Skuba quien envenena a la fiera que tenía atemorizada a la ciudad ofreciéndole para comer una oveja rellena de azufre. Su historia es una versión moderna del triunfo de David ante Goliat, pero el destino de la princesa es igual de humillante: su padre también la ofrece a cambio del favor, esta vez al zapatero.

A Sant Jordi me lo imagino como un guaperas habituado a conquistar cualquier cosa, incluida la princesa. Con ella aún me identifico menos

Estamos en una semana muy 'dragonesca', y no solo por la 'diada' de Sant Jordi. La mayoría de nosotros aún conservamos muy vivo en la memoria el recuerdo del vuelo en dragón que se marcaron Daenerys Targaryen y John Snow en el primer capítulo de la última temporada de 'Juego de tronos'. Por cierto que los tres dragones de la serie tienen nombre: Rhaegal, Viserion y Drogon. Les hemos visto crecer desde que nacieron del fuego en brazos de su madre, hemos sufrido sus contratiempos temporada a temporada y ahora estamos consternados por el papel y el destino de Drogon en este final de la historia (no digo más, los fans sabemos por qué). Como tantas cosas en los libros que dieron pie a la serie y en la serie misma, los tres dragones hunden sus raíces en la Edad Media. Fue en esa época cuando surgieron la mayoría de las leyendas con dragones que han llegado a nuestros días. Entonces se creía que existían de verdad y que había caballeros capaces de matarlos. La historia de Sant Jordi o la del dragón polaco se creían auténticas. Fue más tarde cuando se comprendió que el valor de estas historias era simbólico y que el dragón significaba el demonio, el mal o el paganismo. Lo que hace el zapatero Skuba o el guaperas Jorge es dar motivos a la gente para su conversión al cristianismo. Y al mismo tiempo San Jorge se volvió en toda Europa un santo comodín que servía lo mismo para conquistar Jerusalén, fundar órdenes religiosas militares, defender ciudades o proteger vacas y ovejas.

Lo de volar en un dragón tampoco es nuevo. Ya lo hacía Bastián Baltasar Bux, el joven protagonista de 'La historia interminable', la novela de Michael Ende, cuando surcaba los cielos a lomos de Fújur, el dragón blanco de la suerte que en la película —qué decepción— parecía un perrito. Menudo trauma, yo que lo había imaginado como una vaporosa anguila de nácar. Diría que aquel fue el primer vuelo en dragón de mi vida, del que guardo recuerdos muy vivos: el viento en la cara, el frío de la noche y, por supuesto, la música de Limahl alargando mucho las sílabas de la banda sonora. El de John y Daenerys fue menos épico, sobre todo para él. Nos hizo preguntarnos cómo de ásperas tiene las crines un dragón o si no debería alguien inventar las sillas de montar dragones. Claro que, según dicen mis hijos, tal artilugio ya está inventado: véase el accidentado vuelo de Hipo y su mascota en 'Cómo entrenar a tu dragón'. Para que tales prodigios puedan verse ha sido necesario que los dragones dejen de ser demoniacos y se conviertan —como los orientales— en personajes buenos. Toda una conquista para unas criaturas sanguinarias que se caracterizan por ser capaces de expulsar fuego por la boca.

Fuego y sangre son, precisamente, los dos elementos que la casa Targaryen luce en su escudo. Seguramente, pocas cosas habría tan temibles en la antigüedad que un animal capaz de lanzar fuego por las quijadas. En 'El poema de Gilgamesh', el texto literario más antiguo que se conoce, ya se habla de algo parecido. El Apocalipsis actualiza el horror. Sant Jordi lo perpetúa.

La sangre es una metáfora. La sangre derramada de la que brotan rosas, la vida que sigue a la muerte. La sangre del monstruo, que los alquimistas medievales utilizaban, haciéndola pasar por real, para sus pociones sanadoras. Aún hoy se utiliza en medicina y en tintorería una resina del mismo nombre, buena para detener hemorragias. Y puede que forme también parte de la base de ciertas tintas, como la denominada Dragon Blood, fascinantemente oscura y brillante. Este Sant Jordi llevaré mi pluma bien cargada con esta última. No me digan que no es pertinente.