EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Sí, soy yo

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Juan Carlos Ortega

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Me gusta tanto Miguel Gila que he terminado por sabérmelo de memoria. Sé que no soy el único. Muchísimos fans, de todas las edades, han memorizado sus textos de tanto escucharlos. Cintas estropeadas por las miles de veces que se pusieron, discos que han terminado rayándose, antiguos vídeos VHS ya sin su reproductor y ahora, por suerte, Youtube, que al menos de momento no se estropea. Quien no haya oído y visto a Gila es porque, o bien no ha tenido interés, o porque es tremendamente joven.

Sea como sea, conozco muy bien todos los gags de este gran humorista. Y algo me hace pensar que muchos de los lectores de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA están en la misma difícil situación que yo. Digo difícil porque no es agradable saber que ya nunca más podremos oír algo nuevo de ese genio del humor.

Pasa algo similar con los grandes compositores del pasado. Si, por ejemplo, has oído toda la música de Bach, una especie de tristeza te llegará antes o después. Jamás oirás algo nuevo de él. Puedes consolarte escuchando transcripciones de su obra para otros instrumentos, oír versiones de diferentes músicos y directores, pero piezas nuevas de Bach ya no las vas a poder disfrutar nunca más.

Sin embargo, en el caso de Gila puede existir una solución que resulta imposible en otros artistas, y es que Gila nos dejó un lado en la sombra que, con esfuerzo, podemos sacar a la luz.

Efectivamente, Gila siempre hablaba por teléfono con alguien. Hombres, mujeres, parientes inventados cuya voz jamás pudimos escuchar. El enemigo de la guerra, el director del colegio de su hijo, sus amigos del pueblo, una criada, un juez. Cientos de personajes que permanecen ocultos y que si los pudiéramos oír, disfrutaríamos de una creación artística que solamente él escuchó en su cabeza.

Es como si Bach, por seguir el ejemplo anterior, hubiera compuesto obras para dos violines y solamente encontráramos en la partitura las notas de uno de ellos. ¿Y el otro violín? Sus notas no estarían, qué misterio, pero en función de las notas del violín escrito, podríamos especular y tal vez inferir cómo sería el violín oculto, de qué manera armonizaría con el que escribió, qué melodía escondida imaginó el compositor.

Propongo, pues, para los locos de Gila, que empiecen a representarse sus obras completas en los teatros, pero escuchando ahora solamente a su interlocutor. El enemigo de pie, en un teatro, contestando a un Gila que no escucharíamos: "Sí, soy yo". Así empezaría el espectáculo, con la respuesta de este pobre hombre oculto a la ya mítica pregunta del humorista: "¿Es el enemigo?".

Después del enemigo, podría salir a escena la señora a la que se le está quemando la casa y que llamó al bombero Gila. Imagínenla ahí, sobre el escenario, tal vez con un decorado en llamas, intentando que el indolente bombero acuda a su casa para sofocar el incendio.

Sí, lo sé. Es una idea absurda. Su parte oculta, sus personajes, nunca podrán superar el talento que tanto brillaba en la parte visible, pero es que no dejo de pensar en soluciones para disfrutar de un nuevo, aunque por desgracia ya imposible, material de Miguel Gila

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