Al contrataque

Notre Dame

Que Notre Dame siga en pie hace que la muerte (aunque sea de todos modos una putada mayúscula) me parezca más tolerable

El campanario de la histórica catedral de Notre-Dame se derrumba

El campanario de la histórica catedral de Notre-Dame se derrumba / periodico

Milena Busquets

Milena Busquets

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Es una ciudad fácil París, es fácil enamorarse de ella, es fácil enamorarse en ella, es fácil ser feliz allí. Hay ciudades magníficas pero más cerradas, más lentas y antipáticas, pero París es arrebatadora desde el primer momento, la felicidad está allí al alcance de la mano, como con algunas personas.

No conozco a nadie que no le guste París y que no haya establecido al visitarla una relación personal con la ciudad. “Mi librería, mi restaurante favorito, mi calle favorita”, te cuentan al regresar, como si llevasen años recorriendo sus calles. Y así es, París es uno de esos lugares que uno visita muchas veces antes de haber puesto un pie allí. 

Yo fui por primera vez a París a los 7 años. En el vestíbulo de casa había unos cuadritos y cuando le pedí a mi madre que fuésemos de viaje a París, me dijo: “Cuando tú o tu hermano lleguéis a la altura de estos cuadros, iremos a París”.  Llegamos (antes de lo previsto, mi hermano es altísimo y yo no soy baja) y mi madre, que siempre cumplía sus promesas, nos llevó a París.

El lunes ante las imágenes del incendio de la catedral sentí el mismo dolor profundo, el mismo zarpazo en el corazón que cuando el ISIS intentó (y logró en parte) destruir Palmira, la antigua ciudad del desierto de Siria, la misma desolación al no poder hacer nada para salvar algo que considero de mi propiedad, como mis libros o mis álbumes de fotos.

Yo no creo que todo desaparezca ni que todo se acabe. Sabemos que algún día moriremos pero pensamos que nos sobrevivirán no solo algunas personas queridas sino también edificios, lugares y obras de arte, y que en todos ellos quedará algo de nosotros, de nuestros ojos que los recorrieron, de nuestros corazones que los amaron. En el caso de Notre Dame ha desaparecido un pedazo (la maravillosa, insustituible estructura de madera) de la ciudad que vieron Proust y tantísimos otros, conocidos o anónimos. Caminamos por el mundo agarrados a ese frágil hilo, los olivos de Delfos, una calle empedrada en Cadaqués, el Poseidón del Museo de Atenas, la capilla de los Medici. Estamos más o menos dispuestos a aceptar nuestra muerte, pero no lo estamos en absoluto a aceptar la desaparición de ciertas cosas y lugares. Me parece justo saber que yo moriré y que el campanario de Cadaqués seguirá allí, me parece bien, estoy de acuerdo. Pero la idea de que desaparezca el mundo en que hemos vivido, las calles que hemos recorrido, las obras de arte que nos constituyen como individuos pero también como parte de algo grande (europeos, seres humanos, personas) es inaceptable.

Que Notre Dame siga en pie hace que la muerte (aunque sea de todos modos una putada mayúscula) me parezca más tolerable.