Al contrataque

No lo llamen división

Las dos familias del independentismo no solo tienen proyectos políticos casi contradictorios sino que se consideran máximos adversarios entre sí

Oriol Junqueras y Carles Puigdemont

Oriol Junqueras y Carles Puigdemont / FERRAN SENDRA

Antonio Franco

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Las diferencias entre ERC y esa indefinida sopa de letras en que se ha convertido la vieja Convergència, lo que separa lo que encarnan Oriol Junqueras por un lado y el dúo Carlos Puigdemont y Quim Torra por otro, ya no puede considerarse una división. Sería eso, una división, si fuesen dos brazos de un mismo proyecto, pero hace tiempo que han dejado de serlo. Después de evidenciarse que la independencia no forma parte del  horizonte de los próximos 10 años ambas familias no solo tienen proyectos políticos casi contradictorios sino que se consideran máximos adversarios entre sí.

Esquerra quiere gobernar una autonomía eficiente mientras madura el proyecto soberanista, y además acepta que sea sin grandes prisas. Desde la Generalitat tendría una actitud crítica, tensa y enfadada con el Estado pero colaboraría de hecho con él, a la espera de que lleguen otras circunstancias. Si le ayudasen unas sentencias moderadas en el juicio y si los electores la aúpan, esa sería su vía. Proyecta aprovechar los cargos, sueldos y recursos de todo tipo del poder autonómico para ocupar del todo tanto el espacio social que ha quedado vacío tras el desmoronamiento del pujolismo como los protagonismos.

Esas hojas de ruta de Junqueras y Aragonés difieren completamente de las de Puigdemont y Torra. Estos chicos malos rechazan el regreso a cualquier tipo de normalidad para la vida cotidiana catalana, quieren mantener viva la llama de la rebeldía activa desafiante hasta el límite y apuestan por continuar bloqueando en la medida de lo posible la vida política española tal como se hizo con los Presupuestos. España no tendrá paz mientras Catalunya esté dentro.

Unos y otros saben que las bases 'indepes' son incontrolables y están poco compenetradas con los líderes de sus partidos. ERC, de forma particular, en eso pende de un hilo porque el estilo de Rufián representa más a esas bases que lo que hacen sus compañeros de dirección. Por puro miedo a esos seguidores tanto los líderes independentistas más moderados como los más radicales no les dicen la verdad. Continúan predicando que conseguir la independencia sin un conflicto abierto es más posible de lo que realmente es; que la secesión está más cerca de lo que parece; que se puede pactar todavía con España un referéndum (omitiendo que solo será posible si se celebra también en el resto del Estado, aunque siempre se podrán leer por sí solos los resultados de lo que pase aquí).

Eso les funciona, y con eso nutren el sentimiento de distancia con España de la media Catalunya que psicológicamente ya vive desconectada. Pero los dos caminos no tienen nada que ver entre sí, uno es seguir y otro es cambiar, no son una simple división estratégica. Y lo que nos bloquea es su lucha partidista por el poder, que viene de lejos y va más allá de la independencia.