Un símbolo destruido
"Sous le ciel de Paris..."
La imagen de Notre-Dame en llamas no apaga nuestro apego a la ciudad y a todo lo que representa; al contrario: enciende la esperanza de su reconstrucción
Rafael Jorba
Periodista. Secretario del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Rafael Jorba
La flecha de Notre-Dame, la catedral de las catedrales, levantada en la isla de la Cité, en el corazón de París, se ha venido abajo este lunes. Todo un símbolo, en la historia de Francia y en la historia del arte: levantada sobre un antiguo templo galo-romano, un lugar de culto milenario, era la bisagra de la evolución del arte gótico, es decir, la última de las catedrales del gótico primitivo y la primera de las grandes catedrales clásicas.
Hecho este apunte histórico, la imagen de la columna de humo y fuego se proyectó de inmediato en todas las pantallas del mundo: Notre-Dame es el monumento histórico más visitado de Europa. Todos los que la hemos visitado la asociamos con nuestra propia vivencia. En mi caso, me vino a la memoria una canción de Édith Piaf: “Sous le ciel de Paris / s'envole une chanson… / De sa vieille Cité / près de Notre-Dame / parfois couve un drame”. (Bajo el cielo de París / se levanta una canción... / Desde su vieja Cité / cerca de Notre-Dame / a veces se masca un drama".
Esta noche muchos ciudadanos del mundo, que experimentaron un día en París la conquista de su libertad personal, vivieron un drama interior. París, la ciudad de la eterna juventud, al decir de Stefan Zweig en su 'Mundo de ayer', veía arder uno de sus símbolos más emblemáticos. Francia, “la hija mayor de la Iglesia” y la cuna de la laicidad, es una realidad poliédrica como su figura hexagonal.
La imagen de Notre-Dame en llamas no apaga nuestro apego a la ciudad y a todo lo que representa. Al contrario: enciende la esperanza de su reconstrucción. Hoy más que nunca debemos repetir la célebre sentencia de Humphrey Bogart en 'Casablanca'. “Siempre nos quedará París”. La ciudad en la que, como recuerda Zweig, “estaba permitido hablar, pensar, reír, protestar, y en la que cada cual vivía como quería, sociable o solitario, pródigo o con escasez, en la luna o en la bohemia”.
Sí, porque más allá del daño material en la estructura de Notre-Dame, el fuego que derribó anoche su flecha, ha herido también el corazón de muchos ciudadanos del mundo. Las palabras de Éric Moulin-Beaufort, presidente de la conferencia de obispos de Francia, pueden ser suscritas por los amantes de París, con independencia de ideologías y credos: “Notre-Dame está en nuestro paisaje interior, como una especie de evidencia. Es una parte de nuestra carne que está dañada. Es muy conmovedor sentir este movimiento universal de emoción, de tristeza. Sin embargo, nada en esta tierra está hecho para durar para siempre. Todas las catedrales tienen las cicatrices de la historia”.
Ojalá que la herida abierta en el corazón de París cicatrice pronto. La reconstrucción de Notre-Dame debe ser un símbolo del renacer de la ciudad de la eterna juventud y debe ser también la imagen de la regeneración del calidoscopio multicolor que se proyecta por sus calles y avenidas. Entre tanto, repitamos con 'La Môme' Piaf el estribillo de su canción: “Sous le ciel de Paris / s'envole une chanson… / De sa vieille Cité / près de Notre-Dame / parfois couve un drame”.
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