Al contrataque
Malas madres
No renacemos mejores después de tener un hijo aunque intentemos ser siempre la mejor versión de nosotras mismas
Najat El Hachmi
Escritora
Najat El Hachmi
Las malas madres existen. ¡Claro que existen! Pero no somos las que nos sentimos malas madres por no llegar a todo, por no saber hacer manualidades, por olvidarnos la crema solar o no conseguir que nuestros cachorros se zampen las cinco raciones diarias de fruta y verdura. No, la auténtica mala madre, tan bien representada en los cuentos tradicionales en la figura de la madrastra, no tiene sentimiento maternal alguno, no entiende a su criatura no porque la situación sea nueva y desconocida sino porque, simplemente, no puede querer a nadie. Es decir, que las madres también pueden ser auténticas psicópatas completamente indiferentes al sufrimiento de quienes han parido ellas mismas. Al fin y al cabo, la biología no cambia la personalidad de quien antes de quedarse embarazada y parir era incapaz de ponerse en el lugar del otro.
El mito de la maternidad ideal hace que nos contemos una gran mentira a nosotras mismas antes de tener hijos: cuando los tenga seré otra, seré mejor persona, que es lo que merece el objeto de mi amor. Pero no es verdad, madres o no, somos lo que somos. Las que hemos vivido de un modo casi salvaje la experiencia hemos creído que todas las mujeres se sienten así pero no es cierto, no renacemos mejores después de tener un hijo aunque intentemos ser siempre la mejor versión de nosotras mismas.
La 'Mare', de Ada Castells, un personaje de novela, es antojadiza, déspota, histriónica, incapaz de autocrítica alguna. Sí que existen las madres sin culpa, pero no son esas madres menos presionadas que todas quisiéramos ser, son madres que a lo mejor no tendrían que haberlo sido nunca. La verdad psicológica es que no todas las mujeres están destinadas a convertirse en madres y hasta que no se inventaron los anticonceptivos eficaces tuvieron que adaptarse a un destino biológico ineludible. No, las madrastras no eran malas porque habían ocupado el lugar de la madre, las madrastras eran las madres que no tendrían que haberlo sido nunca. Las madrastras no tenían remordimientos.
La Raquel de Castells no solamente no los tiene, es que es una pesadilla para sus hijas. Si los efectos de un padre déspota son graves, los de una madre psicópata son devastadores. Sobre todo cuando a la hija le toca a ella ser la madre. ¿Cómo se hace esta función cuando el modelo ha sido tan poco ejemplar? Una pregunta de fondo surge con la lectura de la novela: ¿cómo se ponen límites, se riñe y se castiga la mala conducta de los hijos cuando una ha tenido una madre que se excedía tanto en la imposición de normas que era capaz de meterte la cabeza en el váter? Porque la maternidad no es solamente cuidar, alimentar, dar confianza y animar a los hijos a crecer, la maternidad también es hacer un poco de madrastra de vez en cuando. Aunque sea solo un poquito.
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