DESDE MADRID

Junqueras, Rufián y el 'efecto banquillo'

Gabriel Rufián lee una carta de Oriol Junqueras, el pasado junio, en un acto de ERC en L'Hospitalet.

Gabriel Rufián lee una carta de Oriol Junqueras, el pasado junio, en un acto de ERC en L'Hospitalet. / periodico

José Antonio Zarzalejos

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El 27 de octubre del 2017 Oriol Junqueras no secundó al entonces presidente de la Generalitat para que convocase elecciones y evitase así, posiblemente, la aplicación del artículo 155Marta Rovira -luego huida a Suiza- le urgió, lagrimando, que declarase la independencia de Catalunya, y Gabriel Rufián lanzó el intimidante tuit con la advertencia de la traición: "155 monedas". Aquel día los tres republicanos representaron la radicalidad unilateralista frente a un Carles Puigdemont dubitativo y proclive a evitar la catástrofe política que, finalmente, se produjo.

El jueves pasado, Junqueras, desde el mismo salón de plenos del Tribunal Supremo, remitió una carta a los suyos para celebrar que, con muchas posibilidades según las encuestas, ERC ganaría por primera vez unos comicios generales en Catalunya, advirtiendo de que tendrán que dialogar con el PSOE de Pedro Sánchez, pero sin marcar líneas rojas ni ofrecer cheques en blanco. El mismo jueves, sin embargo, su partido persistía en no renunciar a la unilateralidad.

Las encuestas ofrecen a ERC un panorama inédito: el 28-A podría alcanzar hasta los 18 escaños y, con los tres más (probables) de Bildu, formar un grupo parlamentario considerable en el Congreso. En ese contexto, sin embargo, Rufián desafina. Representa la bronca, el conflicto y la antipolítica. Este viernes propugnó -para recebar la crisis constitucional- no solo un referéndum de autodeterminación, sino también sobre la forma de Estado. ¿Quién marca la pauta? ¿Rufián o Junqueras?

Si a pesar de Rufián esas expectativas electorales se cumplen -y lo hacen también las que castigan al PDECat de Puigdemont- los republicanos serían una fuerza importante en la política española incluso si sus votos no fueran necesarios -activa o pasivamente- para la investidura de Sánchez. La referencia del secesionismo catalán pasaría de Puigdemont a Junqueras y de los exconvergentes radicalizados a los republicanos, que pretenden presentarse como más realistas, aunque con unas contradicciones desconcertantes.

El factor emocional

Este vuelco electoral, y consecuentemente político, se habría producido por la combinación de dos factores. El más importante, sin duda, es tan emocional como racional: Junqueras y su socrática permanencia en España, su comparecencia ante el juez instructor de la causa penal del proceso soberanista y su larga estancia en la cárcel como preso preventivo. Y, por supuesto, su intervención inicial en el juicio oral ante la Sala Segunda que fue la única que no renunció a asumir sus responsabilidades en los hechos de octubre del 2017, aunque emplease eufemismos y recurriese a un cierto misticismo confesional tan habitual en sus proclamas.

El segundo factor consistiría en que los dirigentes de ERC han realizado una descodificación más certera de las circunstancias políticas del independentismo en Catalunya y del nuevo contexto político español. A diferencia de los hiperventilados separatistas (paradójicamente, Rufián entre ellos) que aspiran a acumular fuerzas para bloquear el Congreso -propósito confesado por Puigdemont-, ERC parece querer protagonizar el futuro y para hacerlo es precisa una seria corrección del rumbo.

Eso implicaría regresar, aunque sea muy poco a poco, a manejarse en Madrid con las reglas del juego, no favorecer con aspiraciones perentorias e inviables de autodeterminación o antimonárquicas la emergencia de réplicas como la que podría representar Vox, y evitar el deterioro institucional y socioeconómico de Catalunya que continuaría con el desgobierno que tan tristemente protagoniza Quim Torra.

ERC y sus dirigentes, empezando por Junqueras, están experimentado el 'efecto banquillo' que supone, por una parte, un ejercicio de la ética de la responsabilidad -hacer frente a las consecuencias de los propios actos y defenderlos coherentemente, lo que no implica que no sean presuntamente delictivos-, y, por otra, dota de una mejor y mayor lucidez el análisis de la realidad de Catalunya y del conjunto de España.

La burbuja de Waterloo

Mientras Puigdemont vive fugado en la burbuja de Waterloo y de sus ensoñaciones, Junqueras está en prisión preventiva. El PDECat ha sido desmantelado por el expresidente de la Generalitat, pero los republicanos conservan la cohesión de su organización, con permiso de las excentricidades de Rufián. Y, entre tanto, el espacio soberanista se está recomponiendo. ERC ejerce una sutil resistencia a los antojos de Puigdemont y Torra (aunque tensa, no rompe); la CUP se ha convertido en una variable incontrolable, y Marta Pascal ha mostrado intenciones de refundación catalanista.

Los acontecimientos cambian en Catalunya. Lo hacen despacio y parece que la lentísima transformación de determinadas posiciones se corresponde con los nuevos paradigmas políticos que experimenta el conjunto de España: un PSOE reconvertido en una contemporánea plataforma electoral con un líder no discutido y un relato que absorbe cualquier forma de progresismo y una derecha en la fase previa a su refundación por la insostenibilidad de su fragmentación actual y la desestructuración de su discurso.

Mientras esto ocurre a nivel general, ERC ha detectado la cuestión nuclear que se está gestando: la transferencia del liderazgo "legitimista" del soberanismo desde Waterloo al Palacio de las Salesas de Madrid. O sea, de Puigdemont a Junqueras. Sería todo consecuencia del 'efecto banquillo' y de saber rentabilizarlo en términos políticos. La épica secesionista de estas elecciones no está en Bélgica sino en Madrid. Huir nunca fue una opción realista.