División en el PDECat
Los decisivos 220.000 huérfanos
Si Pascal funda un nuevo partido y se suma a otras iniciativas surgidas del espacio posconvergente, sus votos podrían superar la fase de parálisis y desgobierno
Astrid Barrio
Profesora de Ciencia Política de la Universitat de València. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO
Astrid Barrio
Después de numerosos titubeos y de unos cuantos desplantes, Marta Pascal ha hecho pública su disconformidad con la deriva del PDECat, el partido que fundó y dirigió, y que parece estar cada día más alineado con la Crida después de que Puigdemont haya liquidado de las listas a todos aquellos susceptibles de hacer oposición interna y de erigirse en alternativa. La excoordinadora general, además, se ha mostrado muy crítica con la situación que vive Catalunya llegando a afirmar, para descontento del expresidente, que esta no se puede gobernar desde Waterloo. Pero lo más novedoso, dado que Pascal había expresado su malestar con anterioridad, es que por primera vez ha abierto la puerta a constituir un nuevo partido capaz de acoger a los viejos electores convergentes contrariados con la evolución de su sucesor.
Se trataría de electores catalanistas, muchos de ellos soberanistas, algunos incluso independentistas pero moderados en relación al eje izquierda-derecha que no habrían visto con buenos ojos ni la sumisión a la CUP ni la ausencia de realismo y pragmatismo de que ha hecho gala el proceso. Unos votantes que se sentirían huérfanos porque desde la desaparición de CiU ningún partido les habría representado pero que en ausencia de una mejor oferta política habrían seguido votando a las sucesivas fórmulas posconvergentes. Según los expertos serían algo más de 220.000 electores, una cifra muy codiciada ya que podría suponer 5 o 6 escaños, los suficientes, dados los actuales niveles de fragmentación y polarización, para decantar mayorías. La cuestión es en qué sentido.
Si finalmente Pascal se decide a romper definitivamente el PDECat tras las elecciones municipales, que será cuando se constate si el puigdemontismo sigue teniendo tirón, será para fundar un nuevo partido soberanista pero posibilista. Es decir que no renuncia a la independencia pero sí a las prisas y al unilateralismo. Esta formación aspirará a repartirse una porción del espacio soberanista, fragmentándolo aún más electoralmente para, muy posiblemente, acabar confluyendo en una mayoría parlamentaria y en un Gobierno que le permita seguir participando del jugoso reparto de la Administración autonómica, que, paradójicamente, es lo que parece estar detrás del proceso independentista. En ese caso esos 220.000 votantes descontentos con el proceso no servirían para ponerle fin sino para darle cuerda.
Si en cambio esa posible iniciativa se llegase a sumar a otras también surgidas del espacio posconvergente (Units per Avançar, Lliures, Convergents) en la perspectiva de superar la política de bloques y de conformar mayorías parlamentarias inéditas que permitan a Catalunya superar la fase de parálisis y desgobierno, esos 220.000 votos podrían servir para poner fin a la etapa política más nefasta desde la recuperación de la democracia, para avanzar en la recuperación de la normalidad institucional y para contribuir a rehacer la maltrecha cohesión social. Atraerlos y gestionarlos será toda una responsabilidad.
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