Superviviente del horror nazi

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Neus Català descansaba en la cama, se la veía tranquila, sin dolor, como si no quisiera aún renunciar a la lucha

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Ricard Ustrell

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Hacía tiempo que Marina Rossell me insistía en ir a Els Guiamets, en el Priorat. Quería que conociera a su amiga Neus Català y que el alcalde, Miquel Perelló, nos llevara hasta la sierra de Pàndols para hacernos una idea de lo que fue la batalla del Ebro, ver una de sus cuevas y allí cantarme ‘El paisatge de l’Ebre’ de la añorada y poco reivindicada Teresa Rebull.

Con Marina tenemos un vicio desde hace unos años: "Aspiramos a encontrar un pueblo sabio, antiguo, que tenga la fuerza de no estar al servicio de la conquista o el poder sino que exija que se respete su derecho a salvar la tierra". Y esto nos ha llevado a ser amigos. Ella me enseña y yo aprendo.

Siempre que la veo me hace pensar en cuando voy en un tren que no conozco. Me fijo en las próximas paradas y las intento memorizar acumulando las últimas, hasta aprendérmelas todas seguidas. Una especie de cadena que me lleva de donde vengo hasta donde voy. Y eso es un poco lo que me pasa con Marina, que acumulo memoria y admiración. Seguramente por eso tengo la sensación de que nunca le he dado suficientemente las gracias.

Llegamos a Los Guiamets por un camino estrecho. A la entrada del pueblo nos esperaba Mariona, la mujer que cuida la única superviviente catalana viva del campo de concentración nazi de Ravensbrück en una luminosa residencia de personas mayores. Neus Català descansaba tumbada en la cama, en una habitación desde donde se veía un bosque sin final. Tiene 103 años y unos ojos bien grandes. Se la veía tranquila, sin dolor, como si no quisiera aún renunciar a la lucha, como si también el cuerpo de Neus quisiera mostrarse ante nosotros como un acto resistente. Una actitud que, rodeada de libros de memoria histórica, aún hacía más especial y admirable el momento.

Marina le explicó cosas, le cantó canciones. Mariona y yo nos lo miramos desde los pies de la cama. Y al final de todo, cuando ya nos decidíamos a marchar, Marina le alzó el puño, y en la incertidumbre de no saber si sería el último adiós, le dio las gracias. "Gràcies, Neus". Lo hizo dos veces más: "Moltes gràcies", "Neus, moltes gràcies". Y en ese momento Neus movió el brazo, sacó de dentro de las sábanas el puño y con un hilo de voz arrancó y le devolvió: "Gràcies". La única palabra que le oímos, ya al final, de un magnífico día herido, profundo, y escarpado, en la sierra de Pàndols.