análisis

Luis Suárez, más que un vecino de Messi

Piqué, Lenglet, Suárez y Arthur, en el último entrenamiento del Barça antes del clásico copero.

Piqué, Lenglet, Suárez y Arthur, en el último entrenamiento del Barça antes del clásico copero. / periodico

Sònia Gelmà

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Forma parte de su día a día. Cada vez que Luis Suárez pasa por una sequía goleadora, nos preguntamos por su edad, nos preocupamos por sus rodillas, o incluso recurrimos a la balanza para saber su peso. Nos planteamos si ya ha pasado el mejor Suárez, si hará falta buscarle un sustituto de manera inmediata, si es conveniente para el equipo que lo juegue todo, si la amistad con Messi va a hipotecar su futura presencia en el once. Incluso, despectivamente, hay quien se refiere a él, como el vecino -en referencia a la proximidad de su casa con la de Messi-, como si su único mérito fuera la relación personal que mantiene con el argentino. Y siempre, siempre, vuelve, rebelde ante aquellos que, amnésicos, lo entierran -lo enterramos- antes de tiempo.

Luis Suárez llegó a Barcelona ante la mirada escéptica de un Messi que prefería a su amigo Kun Agüero. El entonces director deportivo, Andoni Zubizarreta, no consiguió arrancar del City al delantero argentino y desvió el tiro unos 50 kilómetros. Messi necesitó tan solo una pretemporada para descubrir que el Barça había acertado con el fichaje. Bastaron unos cuantos entrenamientos para que naciera la química entre ambos delanteros, tanto dentro como fuera del campo.

El precio de un futbolista es relativo

Luis Suárez es la demostración que el precio de un jugador es relativo. Su rendimiento es incuestionable, pero el delantero sabe que necesita seguir siendo decisivo porque solo con goles como el del sábado, consigue que no caigamos en nuestra habitual desmemoria.

Que levante la mano quien no ha pensado que esta vez sí, Suárez ya no volverá a ser el que era. Pero el uruguayo consigue engañarnos una y otra vez, con ese gesto de sufrimiento continuo, con ese toque a veces torpe, con esa carrera descontrolada, con esa puntería desafinada. Hasta que nos confiamos, y reaparece. Y vuelve a recordarnos que conoce mejor que nadie su oficio: marcar goles. De todos los colores. Goles de potencia, pero también sutiles. Goles con la izquierda, como ante el Villarreal. Goles ajustados por el único resquicio posible, como ante el Atlético.

Mientras el Barça empieza a pensar en un relevo para cuando sus piernas digan basta a ese esfuerzo que no negocia, Suárez ha vuelto a rebelarse para decir que está aquí. Que no solo es el vecino de Messi, que tiene entidad propia. Y puesto que es un delantero de rachas, no parece que haya momento mejor para romper con ese dato que le persigue desde el 2015, la última vez que marcó fuera de casa en Europa. Porque esa estadística explica también los últimos fracasos del Barça en la Champions. Messi dispuso la mesa en agosto, avanzó cual sería el menú, y ahora falta que la sal la ponga ese vecino que contradice nuestro prejuicio una y otra vez.