Análisis

El pastel independentista

El republicano Junqueras quiere ampliar la base soberanista mientras el legitimista Puigdemont solo aspira a quedarse con el trozo más grande

Los candidatos de JxCat a las elecciones generales y europeas, en un acto en Tarragona.

Los candidatos de JxCat a las elecciones generales y europeas, en un acto en Tarragona. / periodico

Rafael Jorba

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La tensión identitaria y la carga emocional del 'procés' y del 'antiprocés' han sacudido el mapa político catalán. La víctima transversal ha sido el catalanismo político, que ha dejado de ser el común denominador. En los momentos de mayor carga plebiscitaria -las elecciones catalanas del 27-S del 2015 y del 21-D del 2017- el bloque independentista cosechó la mayoría de escaños en el Parlament y cerca del 48% de los votos. El resultado colateral: por primera vez desde el restablecimiento de la Generalitat el primer partido de la oposición (2015) y el primer partido del país (2017) no formaba parte de la tradición catalanista (Cs).

Con el telón de fondo de una Catalunya empatada consigo misma, el independentismo afronta el actual ciclo electoral -las generales del 28-A y las municipales y europeas del 26-M- no solo por separado sino con notables discrepancias estratégicas. En el PDECat, Carles Puigdemont ha dictado su ley desde Waterloo: ha impuesto a sus candidatos en las listas de Junts per Catalunya y ha pasado factura a los que abonaron la moción de censura desoyendo la consigna de "cuanto peor, mejor". En ERC, Oriol Junqueras -sentado en el banquillo de los acusados- aboga por recuperar el diálogo en el escena política española y por activar la acción de gobierno en Catalunya.

Un veterano dirigente republicano resumía así el dilema estratégico del independentismo: "Junqueras quiere ampliar la base del pastel mientras Puigdemont solo aspira a quedarse con el trozo más grande". El primer test para evaluar ambas estrategias será el resultado de las generales en Catalunya. No solo habrá que analizar el peso de los ejes identitario e ideológico, sino también el de un nuevo eje emergente: el de la moderación, es decir, el peso de aquellas fuerzas que apuestan por seguir alimentando la confrontación entre bloques y las que aspiran a recuperar la senda de la razón política.

Si se confirmase la actual tendencia de las encuestas, con ERC y PSC en cabeza de las estimaciones de voto en Catalunya, y Pedro Sánchez ganase su apuesta en el conjunto de España, la vía legitimista del presidente Puigdemont y de su presidente por delegación, Quim Torra, quedaría en entredicho y se abriría camino la vía de la distensión, con un anticipo de las elecciones catalanas de por medio. Seguiría habiendo un notable escollo que sortear -el desenlace del juicio del 'procés'- y todo dependería de cómo se gestionase políticamente la sentencia.

Entre tanto, en el PDECat se podría librar un pulso definitivo por el liderazgo posconvergente entre la nueva generación que representaba Marta Pascal y el sector legitimista de Puigdemont. El papel de Artur Mas, echado prematuramente a la papelera de la historia por la CUP, puede ser determinante. Si Puigdemont no logra hacerse con la tajada más grande del pastel soberanista, el PDECat deberá recuperar el eje ideológico y programático. Catalunya, encallada entre las utopías de Ítaca y de Icaria, según la alegoría del libro de diálogos de Àngels Barceló con Xavier Domènech y Joan Tardà, intenta salir del laberinto.