ANÁLISIS

Diego Costa en el club de la lucha

Diego Costa protesta por su expulsión en la cara de Gil Manzano.

Diego Costa protesta por su expulsión en la cara de Gil Manzano. / periodico

Jordi Puntí

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Hace unos años, durante una estancia en Sao Paulo, pude ver como a las nueve de la noche el país se paralizaba por culpa de un futbolista retirado que vivía en Río de Janeiro, cuyo pasado incluía un amor tormentoso y una niña abandonada en un basurero que, al cabo de los años, buscaba venganza. La televisión emitía el último episodio de 'Avenida Brasil', una de las telenovelas de más éxito de los últimos tiempos, y entre los diversos personajes estaba 'el Chupetinha', un tipo duro y al mismo tiempo cariñoso. 'El Chupetinha' era un delantero que años atrás había fallado un penal decisivo por culpa de un trauma infantil y, en ese último episodio, superaba ese secreto terrible y marcaba otro gol importante, el que llevaba a su equipo -el Divino F.C.- a la primera división.

Desde esa noche, cuando veo jugar a Diego Costa suelo acordarme del 'Chupetinha'. El parecido entre el futbolista real y el de la telenovela es notable. Como el actor, Diego Costa es alto, con un cuerpo que se impone por fuerza a los defensas y una cara entrañable, con esa mueca de niño enfurruñado, un poco pasmado. Con el balón en los pies, su aparente naturalidad se transforma en unos movimientos feroces, que son todo instinto y potencia. Con Diego Costa como estilete, hace años el Cholo Simeone impuso en el Atlético de Madrid una variación del viejo estilo argentino: defensas duros, medios creativos, delanteros letales. Cada partido se mide como una final y cada jugada es una oportunidad para mellar al contrario, al límite del reglamento.

Hace un par de años, cuando Diego Costa se había ido al Chelsea, hubo un tiempo en el que el Atlético empezó a explorar un futbol más elegante y de toque -con jugadores como SaúlKokePartey Rodri-, pero la vuelta del delantero correoso revirtió en gran parte la situación. El Atlético volvía a ser el club de la lucha.

Un aire de sacrificio

De hecho, la paradoja del partido del sábado es que el Atlético de Madrid se pareció más a sí mismo tras la expulsión de Costa, cuando tuvo algo contra lo que pelear, espoleado por la hazaña de ganar con 10. La acción del delantero tuvo un aire de sacrificio, de drama en una telenovela, porque hasta entonces los colchoneros jugaban con toque y acierto, incluso mandaban en la posesión, y fue como si el delantero se rebelara ante esa clase social que no les pertenecía.

Más allá de la lógica de Simeone, la expulsión también puede verse como el finiquito a un fútbol antiguo, de cuando se toleraba el juego subterráneo o incluso se aplaudía. Un futbol de micromachismos, de agarrarse los genitales. Es un futbol de cuando no había el VAR y, de hecho, si en esa primera entrada con el codo a Lenglet el VAR ya hubiera actuado, quizá más tarde Costa no habría gritado al árbitro con tanta impunidad.

Frente a esa propuesta del Atlético desde las entrañas, los dos goles de Suárez Messi para el Barça dieron categoría al partido: lo hicieron memorable de verdad. Ah, y por si no se fijaron, en la jugada de la expulsión, ¿saben quién le quita limpiamente el balón a Diego Costa? Otro brasileño: Arthur.