Al contrataque

El último gesto

Ángel Hernández y María José Carrasco siempre creyeron que se aprobaría una ley de eutanasia que evitaría un castigo doble

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Ana Pastor

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Hace unos años me pidieron elegir una lista de diez películas que explicaran mi visión del mundo. Recuerdo que tenía mucho interés en introducir en aquel catálogo una de las últimas que había visto en el cine y que me había dejado muy tocada. Escribí entonces sobre 'Amor', la obra maestra de Haneke de la que sales con el corazón encogido y que te deja un sabor muy agrio en la memoria durante semanas. El director austriaco hace un crudo retrato de lo que supone envejecer y de cómo los seres humanos libramos una batalla imposible contra el tiempo y sus cicatrices. George y Anne, los protagonistas, son dos maestros retirados cuya tranquila vida en su recta final se sucede entre los afectos familiares y la afición de ambos por la música. La salud de Anne se ve afectada por un derrame cerebral y un posterior deterioro físico que lleva a George a dedicar cada minuto de su vida a cuidarla.

La propia película, por su duración, retrata el paso extremadamente lento y agónico del tiempo para quien afronta una situación de ese tipo. La dureza de quien tiene que decidir <strong>ayudar a morir</strong> al amor de su vida para que evitarle un <strong>sufrimiento inhumano</strong>. Este viernes escuchando a Ángel Hernández he pensado en que aquel calvario de la ficción de Haneke ha sido el suyo. Pero en la vida real, en la España del siglo XXI, Ángel ha sido esposado y metido en un calabozo la noche en la que tendría que estar llorando a su adorada María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple.

Escuchando a Ángel no dejaba de pensar en la imagen de ella implorándole con la mirada mientras él intentaba explicarle sin éxito y con la voz entrecortada que la morfina ya no le hacía efecto, que el dolor se había hincado en cada poro del cuerpo de María José y no iba a marcharse si no era llamando a la muerte. Ángel llora pensando en la fotografía que preside su salón. Una imagen de la juventud, de la felicidad, de otra vida. De cuando él la miraba y ella respondía. De cuando la melena rizada de María José se movía salvaje hacia la cara de él. De cuando la enfermedad, el dolor y la vejez parecían algo lejano que nunca llegaría. Pero llegó. 37 años juntos y después de mucho tiempo agarrando su mano, secando sus lágrimas, limpiando sus llagas y maldiciendo.

El último año ha sido terrible en ese hogar reconvertido en una habitación de hospital en la que siempre creyeron que se aprobaría una ley de eutanasia que evitaría un castigo doble. Pero no llegó. Y esta semana Ángel ha tenido el último gesto de amor hacía María José: ayudarla a morir en paz y acabar con su sufrimiento. Un gesto de dignidad inapelable para quien quiera ponerse mínimamente en la piel de Ángel... que podríamos ser cualquiera ahora o en el futuro.