Análisis

¿Tendremos futuro?

Hay tiempo para adaptarse al coche eléctrico, pero habrá gobernantes torpes que querrán acelerar un cambio que pone en un brete al tejido industrial

Estación de recarga de un vehículo eléctrico

Estación de recarga de un vehículo eléctrico

José Antonio Bueno

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Nadie duda que el coche será conectado, eléctrico y autónomo en el futuro. Incluso ya se han presentado prototipos de coches drones voladores y de modelos diseñados para la movilidad urbana a mitad camino entre la moto o el patinete y el utilitario. También parece que se extenderá la tendencia de compartirlos y acabaremos comprando kilómetros y experiencias en lugar de vehículos. Pero en lo que nadie se moja es sobre cuándo ese paisaje será el dominante. El cambio será necesariamente gradual porque el inmenso parque de vehículos en circulación no se renueva en un día.

Lo que sí estamos comenzando a notar es el impacto en el empleo en España. Con el argumento, o la excusa, de cambios tecnológicos está comenzando un lento pero inexorable éxodo de proveedores de automoción de nuestro país al que, probablemente, le sucederá algún cierre de fábrica de automóviles. No será algo repentino pero el tejido industrial español será muy diferente al que gozamos hoy al final de la próxima década.

Empleos en riesgo

Un coche eléctrico tiene muchas menos piezas que uno movido por un motor de combustión interna y menos piezas implican menos trabajo para producirlas y para montarlas. Los primeros análisis apuntan a un 20% menos de horas de trabajo para montar los vehículos, y una reducción superior al 40% de las horas de fabricación de componentes.

Por una simple regla de tres cerca de 100.000 empleos directos están en riesgo en nuestro país dado que los fabricantes emplean a unas 67.000 personas y los proveedores 225.000. Y la realidad será peor tanto porque muchos de los componentes del futuro se harán en nuevas plantas, y por tanto más automatizadas, y como porque los fabricantes tenderán, como es lógico, a preservar mayoritariamente puestos de trabajo en sus países de origen, afectando más la reducción a los países meramente productores, como España.

El transporte y otros empleos indirectos también se verán afectados, al igual que el sector de concesionarios y talleres ya que el coche eléctrico prácticamente no requiere mantenimiento preventivo. 45.000 negocios deberán ajustarse, o cerrar, impactando a un alto porcentaje de otras 200.000 personas. Y lo peor estará por venir porque cuando los coches sean autónomos se usarán de manera más intensiva y, por tanto, se fabricarán bastantes menos. Hoy un coche está parado más del 90% del tiempo.

El futuro no es sencillo porque nos enfrentamos a una profunda transformación, cuando no reconversión, del primer sector industrial español, pero hay tiempo para planificar y adaptarse. Las capacidades de la industria del automóvil pueden aplicarse a otros muchos sectores y al menos parte del ajuste podrá absorberse. Pero veremos gobernantes torpes que harán todo lo posible por acelerar un cambio que pone en un brete a nuestro tejido industrial. Más vale que se ocupen en planificar la transformación industrial del, todavía, segundo productor europeo de vehículos, en lugar de empeñarse en hacer aún más complejo nuestro deficitario y caro sistema energético.