Una hegemonía irreal
La fuerza de la distorsión
Los independentistas creen que son más de los que son, y los unionistas se han contagiado de esta percepción
Jordi Mercader
Periodista.
Jordi Mercader
El aparato político del independentismo ha sabido tejer una hegemonía irreal no solo ante los suyos, sino también frente a sus adversarios. El mérito es innegable, construido a base de movilización popular, propaganda, ocupación simbólica, victorias electorales y, sin duda, errores e injusticias del Estado. Tal distorsión de la realidad en Catalunya ha sido estudiada por Adolf Tobeña (UAB), Josep Maria Oller (UB) y Albert Satorra (UPF) en un trabajo publicado por Scientific Research Publishing, analizando el estado de ánimo y el perfil emocional de secesionistas y unionistas mediante un trabajo de campo que contrastan con los datos electorales o demoscópicos.
La fuerza electoral y parlamentaria del independentismo es evidente, ronda el 40% del censo. Pero tan notable es dicha fuerza como la tendencia a sobreestimarla. Solo un 0,3% de los declarados secesionistas percibe el porcentaje real de los partidarios de la independencia, según este estudio. El resto cree que su posición social y política es mucho más abrumadora de lo que dicen los números y así lo viven. Lo más extraordinario es que los unionistas se han contagiado de esta distorsión y ellos también la comparten, por eso van por el mundo con cara de derrotados. Los unionistas quedan retratados como mucho más confundidos, cansados, asustados y desilusionados que los secesionistas; ambos grupos solo empatan cuando se confiesan enrabietados, se supone que los unos con los otros y con la situación en general.
Después de esta lectura, todo nos sorprenderá menos. La extraordinaria fuerza emocional del soberanismo explica su confianza ciega en el futuro, a pesar del fracaso reciente y de la crisis del independentismo oficial, seriamente enfrentado y desorientado. Por el contrario, el perfil pesimista del unionismo catalán, en sus diferentes modalidades, permite anclar el sentimiento de desamparo que muchos critican al Estado, unos por abandono de la defensa de la españolidad y otros por desidia en la formulación de propuestas de desarrollo de la pluralidad.
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