Campaña electoral
El ministro
A un mes de las elecciones, Casado coloca la idea de que el Falcon será suyo y, a lo mejor, se lo presta a Rivera para algunos vuelos
José Luis Sastre
Periodista
José Luis Sastre
El tiempo ha corrido demasiado deprisa para Albert Rivera, que llegó a gobernar en las encuestas antes de que la moción de censura contra Mariano Rajoy -que prosperó a pesar de su rechazo- le descabalgara otra vez y le obligara a cargar con la roca, igual que a Sísifo. Pero ahí estaba él, arrimándose a Emmanuel Macron para que le sacara el perfil centrista, aunque compartiera foto con Vox al calor de la bandera de la plaza de Colón, aunque su decisión de aislar al PSOE y proponerle matrimonio al PP construya una dinámica de bloques, de izquierdas o de derechas, donde no cabe el centro. Resulta que, por mucho que se hinchen las expectativas de Vox, quizá es Ciudadanos el partido que decide si hay Gobierno o hay bloqueo, que esa será la cuestión después de las generales del mes de abril.
El principal problema para Ciudadanos está en su credibilidad. No (solo) porque resulte un misterio lo que sucedió con los 82 votos de más en Castilla y León cuyo origen habrá de investigar la fiscalía en el partido de la regeneración. No (solo) porque Rivera ya prometió que no se aliaría con Pedro Sánchez ni con Rajoy poco antes de pactar con uno y con el otro. El problema lo tiene Rivera con Rivera y por eso se dice cosas a sí mismo, para convencerse. Primero se prometió el cordón sanitario contra el PSOE con el argumento de que ha vendido España al enemigo. Da igual que si estamos donde estamos -esta campaña sin fin- sea porque no hubo ninguna venta y los independentistas tumbaron las cuentas del PSOE. Qué importa eso.
Rivera, que otras veces flaqueó, debía prometerse más y propuso marginar también a Ángel Gabilondo, porque Gabilondo conoce a Sánchez, que conoce a Torra, y ese silogismo podía llevar al infierno. En esas salió Ábalos a decir que confiaba en el apoyo de Ciudadanos y Rivera no tuvo más remedio que ir al notario para fiarse de su propia palabra. Así es como le pidió a Aznar la mano de Pablo Casado, para que nadie dudara de que el voto a Ciudadanos irá al PP, lo mismo que Casado no engaña cuando pide el voto de Vox. Todo irá al mismo sitio.
Ni siquiera dijo Rivera lo que hubiera dicho en aquellas épocas en las que, viéndose presidente, podría haber retado al pueblo: o Sánchez o yo. Qué va. Dijo que o Sánchez o los constitucionalistas. Casado se empleó entonces en un principio de humillación, no porque no lo sea, sino porque apenas está empezando, y le propuso la cartera que siempre rondó a Duran Lleida. Ministro Rivera. Será por lo cercanos que le quedan los toreros, pero Casado le hizo una buena faena. A un mes de las elecciones, coloca la idea de que el Falcon será suyo y, a lo mejor, se lo presta a Albert para algunos vuelos.
Con este panorama, Sánchez deja que Tezanos ponga a hervir lo suyo mientras los demás se zurran, aunque no lleguen al cainismo de la izquierda madrileña. Pablo Iglesias desfila por los platós quejándose de la manipulación de los medios y Sánchez se rodea de banderas, tratando de hacer como Rajoy, lo que son las cosas: esperar mientras otros se reparten el Gobierno. Y el Falcon.
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