Análisis

La trascendencia de la Cambra de Comerç

La sede de la Cámara de Comercio de Barcelona, en el edificio de la Llotja.

La sede de la Cámara de Comercio de Barcelona, en el edificio de la Llotja.

Jordi Alberich

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Por si no hubiera bastantes procesos electorales a la vista, cientos de miles de empresarios catalanes están llamados a las elecciones a las Cámaras de Comercio del 8 de mayo. De ellos, unos 400.000 elegirán a los nuevos órganos de gobierno de la Cambra de Barcelona. Emparedados entre las elecciones legislativas del 28 de abril, y las municipales y europeas, del 26 de mayo, el espacio para el debate sereno entre las diversas candidaturas va a ser prácticamente nulo. Una pena, porqué nos jugamos más de lo que pueda parecer.

Catalunya se halla en una situación muy delicada. Ningún indicador señala un gran deterioro de la salud económica, pero todos muestran una inequívoca tendencia al empeoramiento. El último ha sido la inversión extranjera en el 2018, donde Catalunya se sitúa en una posición marginal. Nos vamos adentrando en una mediocridad en la que, fácil y alegremente, podemos consolidarnos.

Salir de esta dinámica requiere de proyecto y liderazgo. Una responsabilidad que, en una situación de normalidad, correspondería a la política. Lamentablemente, de la nuestra lo único que puede esperarse en los próximos años es que cese en su deterioro e inicie su recomposición. En estas circunstancias, el papel del mundo empresarial resultará más determinante que nunca. Y no lo tiene nada sencillo pues  el cambio de sede de las grandes corporaciones resulta un inconveniente añadido, por mucho que se argumente que la actividad no se ha desplazado. Precisamente éste es el gran riesgo: confundir actividad económica con poder económico.

La actividad económica, que las fábricas produzcan y los hoteles se llenen, resulta fundamental. Pero lo que garantiza el bienestar, a medio y largo plazo, es el poder económico. Que se aborden proyectos de envergadura; que se acuda a Barcelona en busca de capitales o socios de referencia; o que desde Barcelona se incida directamente en las decisiones que se adopten en Madrid o Bruselas. Este activo, lo teníamos. Hoy, menos. Y, tal como vamos, mañana aún menos. Sin ese poder económico, es imposible situarse entre las metrópolis más relevantes de este mundo tan abierto y competitivo.

Hemos de recuperar las sedes, estimular los grandes proyectos empresariales, y rearmar esa ambición que se ha ido difuminando. Y ello no es en absoluto contradictorio con un apoyo decidido hacia las pymes. Éstas resultan fundamentales por su dinamismo, su generación de riqueza, y porque, a menudo, atesoran las mejores virtudes del buen capitalismo, aquel que asume riesgo y se compromete a largo plazo. Pero, sin grandes centros de decisión, la propia relevancia de las pymes irá a la baja.

Por todo ello, las próximas elecciones a la Cambra de Comerç de Barcelona resultan fundamentales. Para liderar, con otras instituciones, la indispensable apuesta por la ambición. De no hacerlo, nos iremos sumiendo en la comodidad y autocomplacencia de un país pequeño que, por voluntad propia, decide ser cada vez más pequeño. Incomprensiblemente, es el sueño de muchos.