POLÍTICOS PRESOS

El juicio: un 'reality' muy real

El proceso, televisado, presenta todos los ingredientes para que sea seguido como una serie de Netflix o un gran reality show

fcasals47502431 opinion  ilustracion  de leonard  beard190325165820

fcasals47502431 opinion ilustracion de leonard beard190325165820 / LEONARD BEARD

Marçal Sintes

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hay un buen número personas que siguen el juicio en el Tribunal Supremo casi obsesivamente, maniáticamente. Otras lo siguen a medias, y hay también unas terceras que sencillamente pasan del asunto, porque les resbala lo que les pueda suceder los acusados, que, a su juicio, tienen lo que se merecen, o porque sencillamente viven al margen de la actualidad.

El juicio está siendo, en términos de seguimiento, un auténtico éxito en Catalunya. Tanto es así que se puede decir que muchos están -estamos- pegados a él en mayor o menor medida. Un amigo confesaba el otro día sin rodeos: 'Soy un enfermo del juicio'.

Hay enfermos del juicio como hay enfermos de determinadas series. Necesitan su dosis diaria, si no nada es lo mismo. Se sienten vacíos. Si uno lo piensa, verá que no es en absoluto anormal. El juicio televisado presenta todos los ingredientes para que sea seguido como una serie de Netflix o un gran 'reality show'. Con el añadido a favor del juicio de que no es que esté basado en una historia real, sino que es real y, además, en vivo, con toda la carga emocional que ello conlleva. El espectáculo tiene como plató el anticuado y robusto monasterio de Las Salesas Reales de Madrid. Desde el interior de la sala, ha escrito Jordi Évole, el juicio se parece mucho a una obra de teatro de esas en que el público se encuentra situado muy cerca de los actores.

Visto por la televisión -o por el ordenador o el móvil- el espectáculo gana mucho. El juicio cuenta con buenos y malos, como debe ser (aunque quiénes son los unos o los otros varia según el público). Para los que consideran que es un juicio injusto y lleno de irregularidades, los buenos son los acusados y los abogados defensores, mientras que los malos son Marchena y los fiscales y la abogada del Estado. Luego están, aún, unos malos muy malos, malvados: Vox, con Javier Ortega Smith exhibiendo en la muñeca la bandera española.

Capítulos

La vista también está secuenciada, como si fueran capítulos, uno tras otro. Existe un hilo conductor, un argumento que se va desarrollando a medida que avanzamos hacia el desenlace. Hay héroes, villanos, policías, políticos. De todo. También suspense, intriga. A pesar de que uno se pierda una sesión de la vista oral, resulta fácil retomar el argumento o, si no, recuperar el capítulo atrasado.

Como ocurre con los programas exitosos, los que los no se pierden un detalle suelen hablar vivamente, emocionadamente, de lo que ocurre en la pantalla. Se sopesa quién está ganando y quién está perdiendo en cada momento, qué testimonio ha ido bien y cuál no tan bien, etcétera. Como si fuera un Madrid-Barça o una carrera de caballos.

A los que siguen el juicio se les puede identificar por los auriculares en las orejas, porque prestan una atención insólita en las pantallas de sus ordenadores o móviles, porque desgranan las declaraciones del día en los pasillos o tomando un café. Porque discuten con ardor sobre el Código Penal. Porque unos días están eufóricos, otros más bien apagados y a veces sinceramente cabreados.

Hay que notar que este fenómeno se da con una gran intensidad en Catalunya, donde el seguimiento en directo y en diferido del 'reality' es mucho mayor que en el resto del Estado. En parte, porque los medios españoles prefieren difundir sus opiniones -frecuentemente propaganda- sobre el juicio que facilitar al público un conocimiento directo, a través de sus propios ojos y sus propios oídos. También porque allí el asunto catalán sólo inquieta cuando realmente se amenaza la unidad de España, todo lo demás a la mayoría se les antoja perfectamente espurio.

La magia de las pantallas, la fascinación que ejercen sobre nosotros, animales racionales y -quizá sobre todo- emocionales, es innegable. Las pantallas separan pero también unen dos mundos distintos. Actúan, como ha escrito el filósofo Ferran Sáez, como una especie diafragma, una puerta, un tránsito, entre la vigilia y la ensoñación, el afuera y el adentro.

Desearía cerrar estas líneas, sin embargo, con un recordatorio esencial, una verdad drástica. Quisiera recordar que el juicio, a pesar de la ambigüedad que he intentado describir, no es en absoluto una serie ni un 'reality', en que unos señores y unas señoras deciden exhibirse haciendo determinadas cosas, a veces humillantes, para disfrute de una audiencia que se atiborra de palomitas.

Los acusados no están metidos en lo que contemplamos a través de las pantallas por propia voluntad. Y las consecuencias, el desenlace, no será un desenlace ficticio, sino real, es probable que dramáticamente real. La magia de las pantallas, el que sin darnos cuenta podamos seguir la vista oral exactamente como quien sigue un espectáculo cualquiera, no debe hacernos olvidar en ningún momento -hay que hacer un esfuerzo en este sentido- las cosas muy serias y graves que están en juego en el Supremo.