El espejo negro de la lectura

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Lucía Lijtmaer

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En el Museo Geominero de Madrid hay una innumerable sucesión de vitrinas llenas de rocas. Son fósiles, pedazos de cristales aciculares sin tallar, minerales, rocas y aguas polares, gemas, piedras volcánicas, meteoritos y vidrios de impacto. Hay rocas especiales, aerolitos, minerales de plata, fluoritas y pepitas de oro. Por sus pasillos se puede deambular mientras se observan las maravillas extrañas que produce la presión natural de las fuerzas geológicas durante milenios.

Habrá a quien le interese lo material de este hecho, a mí me interesan sus nombres. Porque los nombres remiten a las historias, en definitiva, a la literatura. La palabra gema recuerda a las piedras preciosas de los cuentos infantiles. Los tesoros por ganar, los cofres de los piratas, los regalos a las bellas durmientes. Las amatistas a las poesías decimonónicas, a los ojos de las musas.

Quizás escribir sea una manera de conjurar imágenes, objetos, pero también trazos invisibles entre palabras

De entre todas las piedras, la obsidiana es la que me lleva a un párrafo concreto, de 'Música para camaleones', de Truman Capote. En el cuento -¿ficticio?- que da título al libro, el narrador una dama aristocrática de Martinica toca el piano ante Capote y una multitud de camaleones "color escarlata, verde, lavanda" que parecen "notas musicales impresas en una hoja. Un mosaico mozartiano". En la sala de esa dama hay un espejo negro puesto sobre una mesa "como si fuera una edición de lujo" en la que "no hay nada que leer, ni ver, excepto el misterio de la propia imagen proyectada sobre la superficie negra del espejo antes de hundirse en las profundidades interminables, en los corredores de la oscuridad". La dama le cuenta que el espejo era usado por los pintores para descansar la vista. La señora no cuenta que los espejos negros son, desde la antigüedad, instrumentos rituales.

Lo curioso es que, al releer el relato, Capote jamás menciona la obsidiana. Sí lo hace la artista Rebeca Lane, que por la boca escupe lava, “corazón de obsidiana”.

¿Por qué? ¿Qué fijación trae una palabra a una narración y no a otra? Mientras recorro vitrinas se me ocurre que quizás escribir sea una manera de conjurar imágenes, objetos, pero también crear trazos invisibles entre palabras, que vamos atesorando para nuestro propio museo.