ANÁLISIS

Unicornios de color rosa

La Europa institucional actúa por una vez con una sola voz y los británicos sufren en sus propias carnes las consecuencias de actuar con la temeridad de quien se sobrevalora

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Josep Martí Blanch

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“Estoy de vuestro lado” es la frase de laboratorio que algún asesor de Theresa May introdujo en el discurso con el que la 'premier' se dirigió a los británicos el miércoles por la noche para calmar los ánimos de la ciudadanía en plena degradación institucional de su país como consecuencia de la imposibilidad de cumplir con los plazos autoimpuestos de salida de la UE.  Pero a pesar de la solemnidad con la que pronunció sus palabras, lo cierto es que ni los que quisieran quedarse en la UE, ni los que quieren irse cuanto antes, sienten a la primera ministra de su lado.

“¿De nuestro lado? Nos engañaron. Ahora sabemos la verdad y queremos votar otra vez, dicen los que viven el 'brexit' como una maldición”. “¿De nuestro lado? Usted dijo que el Gobierno nos sacaría de Europa y respetaría el resultado del referéndum y no ha cumplido”, vociferan los que tienen prisa por marcharse, con –atención- cada vez más partidarios de hacerlo de cualquier manera.

May quiere estar del lado de todos con su acuerdo, que, como machaconamente recuerda la UE cada vez que tiene un micro delante, es el único posible. Un acuerdo para irse, pero no del todo. Un acuerdo para quedarse, pero no del todo. En tiempos de serenidad y responsabilidad su acuerdo estaría probablemente aprobado y puede que incluso todos sintiesen a la 'premier' de su lado. Pero estos son tiempos de revueltas de salón, frivolidad extrema y de juguetear hasta el límite con las cosas de comer. Así que no, no la sienten a su lado.

Prórroga

El partido que debía acabar el 29 de marzo tendrá prórroga, pero no hasta el 30 de junio, como quería Theresa May. En el mejor de los casos, hasta mayo y a condición de que Westminster apruebe de una vez el famoso acuerdo cerrado desde hace meses entre la UE y Theresa May y que los parlamentarios británicos se han negado a validar por dos veces. Las elecciones europeas impiden una prórroga mayor, salvo que los británicos participasen en las mismas, cosa que no están dispuestos a hacer. En paralelo, Europa, por boca de sus líderes, afirma que sigue preparándose para lo peor, que es que el 29 de marzo todo salte por los aires. Los platos rotos, en este caso, los pagaría todo el mundo, no solo los británicos.

El caos del 'brexit' ha permitido a las élites intelectuales y políticas europeístas, especialmente las continentales, levantar cabeza. La Europa institucional actúa por una vez con una sola voz y los británicos sufren en sus propias carnes las consecuencias de actuar con la temeridad de quien se sobrevalora. Pero no nos equivoquemos. En el Reino Unido el ridículo no ha convertido a los favorables al 'brexit' en europeístas convencidos que han visto la luz. Siguen estando ahí. No recogen un millón de firmas, como los europeístas, porque son más importantes los más de 17 millones de votos con los que ganaron el referéndum.

Otro error es dar por hecho que el 'brexit' es una vacuna para el resto que mantendrá alejados los fantasmas del populismo antieuropeo. No es así. La ultraderecha holandesa, eurófoba, acaba de convertirse en el partido político con más escaños en el senado de ese país. El 'brexit' es la manifestación de la enfermedad en la parte más débil del cuerpo. Pensar que el resto está sano es de un optimismo infantil. Casi tan infantil como el de los 'brexiteers' británicos cuando creyeron que abandonando la UE su país volvería a estar poblado de unicornios de color rosa.