Dos miradas

Greta y Simón

La activista adolescente por el cambio climático Greta Thunberg, en París.

La activista adolescente por el cambio climático Greta Thunberg, en París. / AFP

Josep Maria Fonalleras

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Greta Thunberg es fascinante porque es singular, extraña, magnética. Y porque es pura. Y porque habla poco y con frases cortas. Y porque no sonríe nunca o casi nunca. Y porque es radical, con la misma radicalidad mesiánica de los anacoretas, la misma perseverancia, ausente del mundo, elevada (o sentada ante el Parlamento sueco, que viene a ser lo mismo) en un altar laico que es centro de peregrinación y devoción. Simón el estilita (del griego 'stylos', columna) hizo lo mismo hace más de quince siglos. Se pasó media vida en lo alto de una columna, que cada vez era más alta, cerca de Alepo, orando e impartiendo doctrina. El mundo estaba allí, abajo, pero no formaba parte de él. Y tampoco se rendía a su deslumbramiento, a su mentira. El mundo lo contemplaba.

Greta Thunberg reúne las mismas características que Simón. Es cierto, se hace sentir en Davos y en Katowice, se entrevista con los líderes mundiales, interviene ante la Unión Europea, habla en mítines y reuniones y quizás será el próximo premio Nobel de la Paz. Pero ella, ensimismada, continúa en su propia columna, impertérrita, con la convicción de quien tiene la verdad y la dice sin subterfugios.

El mundo estaba deseando un personaje así. Es tan simbólico y tan universal (y tan mediático) justamente porque evita serlo. Como Simón. Estamos tan mal (el mundo) que quizás ya sólo nos queda este refugio: el de la pureza extrema. El de la extrema simplicidad convertida en imán.