Reflejos clasistas

Ciencia poligonera

En L'Hospitalet no es raro ver a Darwin, Ramón y Cajal, Monturiol y Marie Curie, junto a Jane Goodall, charlando en una terraza de barrio

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Jordi Serrallonga

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Desde alevín a juvenil jugué en el Club Bàsquet L'Hospitalet... por allí te cruzabas con el hermano de Epi, Loquillo y el gigante Tarín. En infantiles llegaron los fichajes de estrellas externas y, procedentes de un colegio de la zona alta de Barcelona, aterrizaron tres refuerzos. Jamás olvidaré su primer entrenamiento. Estaban acongojados y no tuvieron demasiada suerte con el aro. Una vez en el vestuario descubrimos sus miedos. Ya era de noche, el polideportivo estaba a una relativa distancia de la estación de tren, y temían que les atracasen las peligrosas bandas 'poligoneras' que, según les habían explicado, proliferaban en la ciudad donde me crié: L'Hospitalet. Y es que no fue una buena idea que se documentaran a base de películas estilo 'Perros Callejeros'; es como si ves 'Tiburón' el día antes de bañarte en la playa, o un film sobre leones devoradores de hombres cuando vas de safari. Pero no hay que creerse todo lo que dice el cine... sobrevivieron. Aun así, persiste la leyenda de que en las ciudades dormitorio es donde vive la gente chunga, se vota al enemigo (solo para fastidiar a la presunta intelectualidad de la metrópoli), o existe mayor simpatía hacia el equipo de fútbol contrario al del establishment de la urbe madre.

Nací en Barcelona, crecí hasta los treinta y pocos en L'Hospitalet, he vivido más de quince años en el barrio de Gràcia y ahora he regresado a 'Hospi'; como científico fascinado por la conducta humana puedo asegurarles –por muy agnóstico que sea– que «hay de todo en la viña del Señor». ¡Tres hurras por la biodiversidad y la interculturalidad! Ahora bien, nos gusta que esté todo perfectamente clasificado. Ya se sabe, Dios creó y Linneo clasificó. Somos como Antonio Recio, el pescadero de 'La que se Avecina'. Él vive convencido de que no es racista; sencillamente, Dios situó a los negros y a los blancos en continentes separados. Clasificamos a la gente según trasnochados clichés geográficos, raciales y culturales. Por ejemplo, hemos preestablecido que Trump ganó gracias a los norteamericanos de la América profunda cuando –para que salgan los números– también le votaron muchos de los graduados en Berkeley e instituciones parecidas. Incluso algunos dividen al turista en dos categorías; a saber, la del 'biopijo' barcelonés –ávido por destinos sostenibles y rutas culturales–, y la del 'poligonero' hospitalense al que puedes colocarle la pulserita del todo incluido. Sin duda, no estamos tan lejos del puro clasismo que nos mostró 'Arriba y Abajo', o la reciente 'Downton Abbey'. ¿Lo mismo ocurre con la ciencia? ¿La consideramos exclusiva de las academias e instituciones más céntricas?

Sucedió una mañana; tras varios días de expedición, llegamos a los yacimientos arqueológicos y paleontológicos de Oldupai Gorge, Tanzania. Andábamos por el terreno y señalé un hacha de piedra prehistórica, y varios huesos fosilizados, que sobresalían del sedimento. Mis acompañantes eran una pareja de barceloneses. Sabían, y por eso me habían contratado, que yo era arqueólogo y naturalista, profesor en la universidad, y que llevaba tiempo explorando por África, América y Oceanía; en otras palabras, algo que en el siglo XIX, y principios del XX, solo hubiera estado al alcance de personas acomodadas como Humboldt, Mary Kingsley o Darwin. Él me preguntó: "Jordi, ¿en qué colegio e instituto estudiaste?" C.P. Josep Janés e I.B. Mercè Rodoreda fue mi repuesta. "¿Dónde están? No los conozco". Su sorpresa fue descubrir que eran dos centros públicos de L'Hospitalet. "Creí que con tus apellidos, con tus conocimientos, te habrías formado en lo mejorcito de Barcelona". ¿Acaso no lo hice?

En definitiva, según la clasificación onomástica y biogeográfica de mi viajero, yo debería haber sido un 'Homo sapiens' criado en el seno de la élite, y no en un barrio obrero. No sentí decepcionarles. Estoy orgulloso de ser un poligonero y haber mamado de la ciencia poligonera. Pero no estoy solo, somos todo un ejército de científicas, científicos, ciudadanos y ciudadanas que prescindimos de denominaciones de origen y pedigrís. La gestación, enseñanza y divulgación de la ciencia han de ser universales. Solo así se entiende que proyectos pioneros, como los que -entre otras iniciativas- desarrollan Pessics de Ciència (desde el Centre Cultural Sant Josep) y el Museu de L'Hospitalet (con una larga tradición de becas), hoy sean modelos a seguir. Ayer, sin ir más lejos, vi a Darwin, Ramón y Cajal, Monturiol y Marie Curie, junto a Jane Goodall, charlando en una terraza de Bellvitge.