GEOMETRÍA VARIABLE
Las listas no quieren el diputado de distrito
El sistema de listas muta a los diputados en funcionarios del partido y aleja a los ciudadanos de la política
Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Joan Tapia
Los partidos están dando a conocer sus listas y las cúpulas las están mangoneando. En el PSOE, José Luis Ábalos, secretario de organización, ha cambiado las andaluzas y las europeas. Pedro Sánchez quiere reducir el peso de Susana Díaz, la artífice de su cese en septiembre del 2016, a la que venció en las primarias del 2017 y que sigue dando guerra tras haber perdido Andalucía.
Es lógico que quiera evitar que el susanismo le siga creando problemas y que haya renovado el 66% de los cabezas de lista. Es el caso de Antonio Pradas en Sevilla, pero cuesta más entender que se prescinda de eurodiputados como Ramon Jáuregui, Elena Valenciano o incluso 'Pepiño' Blanco.
Pablo Casado plantea las elecciones como un referéndum: "O Sánchez con Torra, Puigdemont, Batasuna y Podemos, o el PP rescatando España". Parece que eso pasa por purgar a marianistas y sorayistas como Fátima Báñez, Cristóbal Montoro y García-Margallo. Un caso espectacular es Barcelona, donde ha desaparecido la exministra Dolors Montserrat, polémica portavoz en el Congreso, y no la ha sustituido nadie del PP catalán, sino Cayetana Alvarez de Toledo, una paracaidista de la FAES, próxima a Aznar.
Las conocidas incidencias en las listas de Ciudadanos y las escisiones previas en Podemos indican que los nuevos partidos, que presumían de limpiar la política, han adquirido con rapidez más vicios que los viejos. Y es de vergüenza ajena el despido improcedente de Carles Puigdemont a esforzados diputados como Carles Campuzano o Jordi Xuclà.
Que las cúpulas quieran dominar a sus diputados es lógico. Lo que es perverso es lo que pasa en España, donde las listas les convierten de hecho en funcionarios del partido que si se portan mal -no obedecen- pueden ser aniquilados por los que mandan borrándoles de la siguiente lista o pasándoles a puestos de imposible salida.
En la mayoría de las grandes democracias -Francia, Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos- el diputado de distrito, de una pequeña circunscripción uninominal, es una figura básica. Es un nexo entre el ciudadano y el parlamento, puede tener criterio propio y no es sólo una máquina de votar lo que manda el jefe. La cúpula puede purgar al díscolo, pero si se ha ganado un prestigio y la confianza de sus electores se lo tiene que pensar dos veces. El diputado saliente se puede presentar como independiente y ser elegido en detrimento del partido. No es lo normal, pero pasa.
España es diferente. En la provincia de Barcelona hay 31 diputados. Nadie tiene, pues, diputado al que dirigirse. El diputado de distrito, por ejemplo de la izquierda del Eixample, acercaría el ciudadano a la política, aminoraría la dictadura de los aparatos y enriquecería la vida política.
Para los líderes es más cómodo tener diputados fieles. Por eso aunque abogan por acercar la política a la gente, no quieren el diputado de distrito, algo normal en otros países. Todas las democracias tienen crisis, pero sin diputados próximos, forzados a palpar la calle cada día, la desconfianza crece y se multiplica.
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