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Las primarias no han solucionado el reto de detectar el talento político

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Albert Sáez

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Las primarias no parecen haber solucionado satisfactoriamente el reto de elegir el talento que tiene que liderar la política. Los partidos se han mostrado esta vez tremendamente incómodos con esta fórmula que pretende que los liderazgos vayan de abajo a arriba. Los aparatos se resisten a perder uno de los resortes más genuinos del poder: la elección y separación de candidatos. El pucherazo de Ciudadanos es el caso más extremo. Pero lo más naif ha sido lo de Junts per Catalunya, la Crida o cómo se llame la secta de Puigdemont. Los antipolíticos han sacado las navajas al más puro estilo de la vieja guardia convergente para vengarse de sus antiguos correligionarios. De igual forma, el estruendo final entre Pedro Sánchez y Susana Díaz ha enturbiado el camino del PSOE hacia la victoria final. Ni siquiera están dispuestos a compartir el poder si aumenta el pastel. Lo juegan a todo o nada. Sánchez ha limpiado las listas de manera que si gana el 28-A, Díaz deberá marcharse, y si pierde, la cosa será ingobernable.

Para ser paracaidista -eso que antes llamaban diputado cunero- en los tiempos de Twitter hay que tener una buena claca digital. Ahí están Rufián y Borràs entre los independentistas o Álvarez de Toledo en el Partido Popular. Se puede llegar a candidato por ser padre mediático, pariente de víctima terrorista o simplemente por haber desobedecido a un superior jerárquico (Rivera debería saber que quien se ha saltado el escalafón una vez, lo volverá a hacer). Es verdad que la cosa antes no era mucho mejor. Se era candidato por ser simplemente obediente, pelota o intermediario en el cobro de comisiones. La pena es que las primarias vinieron a este mundo para mejorar este proceso de selección, no para convertirlo en una caricatura.

Lo bueno de esta catarsis en las listas para las elecciones del 28-A es que el Congreso se va a parecer más a las redes, lo cual no es necesariamente malo. Un baño de realismo a los pensadores mágicos de Twitter igual sanea el ambiente. Y un poco de calle tampoco les hará ningún daño a los que muchas veces acaban por no saber ni lo que vale un café fuera del hemiciclo.