La emergencia habitacional en BCN

Caer en la resignación

Legislar, regular y sancionar es el camino para evitar que la crisis de la vivienda se vea con enfermiza normalidad

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Eva Arderius

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Jueves 14 de marzo del 2019, 13 desahucios previstos en Barcelona en un solo día. No es ninguna novedad, forma parte de la cotidianidad de la ciudad. En Catalunya, 44 familias pierden la casa diariamente. Uno de los principales motivos, el precio del alquiler, 930 euros de media en Barcelona, un 40% más caro que hace cinco años, la subida se nota en 65 de los 73 barrios barceloneses. Son cifras reales que provocan indignación, rabia o incluso tristeza. Situaciones que movilizarán a las asociaciones que desde hace años denuncian, junto a los afectados, la injusticia que supone.

Hace tiempo que salen a la calle pero las cosas no mejoran y medidas contundentes anunciadas y aprobadas por el Ayuntamiento de Barcelona, como los pisos prefabricados en contenedores o la reserva social del 30% en las nuevas promociones inmobiliarias, no se han podido ni aplicar. Este mandato tampoco se ha conseguido que el parque de vivienda pública supere el ínfimo 2%. No se avanza, o no se avanza lo suficiente, la preocupación no se transforma en hechos y todavía hay una cosa que puede empeorarlo todo más. Que los ciudadanos se vuelvan inmunes a la crisis de la vivienda, que les preocupe pero que ya no les impacte. Que ni tan solo les sorprenda. Que el dolor y el temor que provoca tener que irse de casa se asuma como un hecho consumado, que ya no se puede hacer nada. Que la situación parezca tan complicada y la solución tan irresoluble que se caiga en la resignación y el conformismo. Que el único consuelo sea no recibir un burofax anunciando el aumento del alquiler o la no renovación del contrato.

La preocupación no se transforma en hechos y que los ciudadanos se vuelvan inmunes a la crisis de la vivienda puede empeorarlo más

Podría pasar que la idea que el sector inmobiliario repite como un mantra, que no todo el mundo podrá vivir en Barcelona, acabe cuajando, como aquellas cosas que de tanto oírlas al final se acaban asumiendo como una enfermiza normalidad. Y si esto pasa, quizá ya no habrá que expulsar a nadie de su casa, porque algunos ciudadanos decidirán irse preventivamente antes que los echen. Es evidente que si se llega a este punto, la batalla estará perdida. Ya no habrá resistencia y el mercado inmobiliario se volverá todavía más imposible.

Para combatir la pasividad frente los aumentos de precio y los desahucios se podría buscar un golpe de efecto, intentar avivar la conciencia social contra la gentrificación y la expulsión de los ciudadanos con el mismo método de las campañas antitabaco, escribiendo en los contratos de alquiler frases disuasorias dirigidas a los propietarios. Sentencias como “subir el alquiler de forma abusiva perjudica gravemente la salud” o incluso un mensaje mucho más contundente “desahuciar mata” aunque tampoco se conseguiría el efecto deseado y pasaría como en las campañas de prevención de accidentes de tráfico. Las crudas y explícitas imágenes de siniestros dejaron de ser útiles porque nos acostumbramos a ellas, ya no nos emocionaban, una vez asumido el problema ya no removían la conciencia. Al final, los golpes de efecto dejan de funcionar, para combatir el tabaquismo o la accidentalidad en la carretera el único método que ha dado resultados ha sido legislar, regular y sancionar. Pues eso.