Desorientación en Europa

Psicosis de inseguridad

Frente a la psicosis generalizada, los argumentos de los expertos, el compromiso de los gobernantes y la labor de la policía apenas tienen influencia; pesa más la tendencia a creer a los adalides de las soluciones fáciles

Policías al lado del tranvía donde se ha producido el Tiroteo, en Utrecht

Policías al lado del tranvía donde se ha producido el Tiroteo, en Utrecht / periodico

Albert Garrido

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El episodio de violencia urbana en Utrecht solo cuatro días después del ataque contra dos mezquitas de Christchurch multiplica en todas partes la sensación de vulnerabilidad en sociedades como las occidentales, sometidas a la presión psicológica de las diferentes formas de terrorismo global y a la sospecha de que carecen de la fiabilidad deseada las medidas tomadas para reducir al mínimo el riesgo de atentados. Con independencia de la motivación última del ataque de Utrecht -un golpe de mano de un lobo solitario, un crimen de honor, una reyerta familiar-,  la ascendencia turca del presunto autor de las tres muertes y la efervescencia islamista en las redes sociales alimenta la desorientación entre las autoridades y la alarma de opiniones públicas acostumbradas hasta fechas relativamente recientes a estándares de seguridad que han pasado a la historia.

Las prisas para saber las causas de cuanto sucede en comunidades educadas en una razonable previsibilidad, unido a las campañas -las de la extrema derecha- destinadas a prefijar enemigos en el universo musulmán o procedentes de él, más una gestión injustificable de los flujos migratorios, contribuye a crear en Europa un ambiente propicio a la exclusión, al cierre de fronteras y a la búsqueda de certidumbres, aunque el precio sea el recorte de las libertades. En el caso de países como Holanda, con un ascenso muy llamativo de los ultras que encabeza Geert Wilders, la mezcla de sentimientos encontrados a causa del clima de inseguridad no hace más que allegar votos al zurrón del nacionalismo destemplado y de cuantos opinan que cualquier precio es razonable si permite recuperar la tranquilidad en la calle de tiempos pasados.

Descontento

Al cumplirse tres años del acuerdo suscrito por la Unión Europea con Turquía para cortar la avalancha de refugiados y retenerlos en la península de Anatolia, no deja de agrandarse el descontento de amplias capas de la población, recelosas con la llegada de quienes huyen de los desastres de la guerra, presentados con demasiada frecuencia como la cobertura idónea para la entrada en el continente de yihadistas a las órdenes del Estado Islámico o de lo que queda de él, de Al Qaeda o de cualquier otra organización adscrita a la estrategia de la bomba.

Cuando faltan poco más de dos meses para las elecciones europeas, es una incógnita la influencia que puedan tener en el resultado las quiebras de la seguridad colectiva, numerosas y diversificadas, registradas durante los últimos años. Pero es indudable que buena parte de las expectativas que las encuestas otorgan a la ultraderecha están íntimamente relacionadas con el desasosiego que posee a las sociedades europeas. Frente a la psicosis generalizada, los argumentos de los expertos, el compromiso de los gobernantes y la labor de la policía apenas tienen influencia; pesa más la tendencia a creer a los adalides de las soluciones fáciles a partir de una descripción simplificada de los problemas, una técnica que figura en el manual de conducta de quienes promueven la cancelación de las sociedades abiertas.