Peccata minuta

Declara Trapero

El mayor dio ante el Supremo una magna lección teatral de cómo personaje y actor pueden llegar a confundirse, se representó magistralmente a sí mismo

Josep Lluís Trapero y su abogada, Olga Tubau, en su comparecencia en el Tribunal Supremo

Josep Lluís Trapero y su abogada, Olga Tubau, en su comparecencia en el Tribunal Supremo / periodico

Joan Ollé

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A lo largo de más de cuatro décadas, mi oficio de director teatral ha consistido básicamente en sentarme en una silla y vigilar si las palabras, gestos, miradas y silencios de actrices y actores resultan convincentes con respecto a los caracteres a quienes representan en una situación determinada. En estas últimas semanas, también desde una silla, he cambiado escenario por televisor y me he dedicado monográficamente a seguir las sesiones del Tribunal Supremo, no por el interés de la obra, una flojísima tragicomedia vodevilesca con tintes de absurdo, sino para analizar si las palabras, gestos, miradas y silencios de los comparecientes se organizaban adecuadamente entre sí, otorgando al personaje la credibilidad escénica que pueda lllevar  a la plena coherencia del relato.

El pasado jueves, Josep Lluís Trapero, como Gary Cooper en 'Solo ante el peligro' o 'El manantial', dio una magna lección teatral de cómo personaje y actor pueden llegar a confundirse, a fundirse en una sola entidad sin dejar el más mínimo resquicio de divorcio entre ellos. Sí, Trapero -galán oscuro, voz de tabaco- se representó magistralmente a sí mismo reviviendo en la tristeza de su mirada el áspero camino que se ha visto obligado a recorrer desde su condición de mayor a la de degradado pegasellos en cualquier comisaría. Antonio Machado hablaba de "la voz de la verdad humana", y anteayer me pareció volver a escucharla, como algunas semanas antes la sentí en los labios de Jordi Cuixart.

También, durante la muy introspectiva declaración de Trapero, rebuscando policialmente cada pista en su memoria, me regresaron aquellas palabras del viejo Aristóteles, padre de la democracia, en las que sentenciaba que el policía debiera ser el más instruido de los ciudadanos, ya que de él depende aplicar, en última  instancia, las justas dosis de violencia para garantía del bien común. Aún más Aristóteles: "Platón es mi amigo, pero más amiga es la verdad".

El jueves, Trapero, para quien piden mil años entre rejas por cumplir con su deber, desmontó  con cuatro certeras frases la malsana convicción de muchos, alimentada por sus líderes, de que un servicio público como es la policía pueda ser instrumentalizada en nombre de una ensoñación, como también pretendían hacer los apuntes republicanos incautados al juez y parte Santiago Vidal con el futuro cuerpo judicial catalán al grito de «¡Si España lo hace, también nosotros podemos hacerlo!» ¿No quedamos en que queríamos separarnos, para ser mejores?

A Trapero se le ha despojado de todo poder, pero ha ganado autoridad, mucha autoridad para él y sus Mossos. Algunos quemarán sus camisetas con la mítica inscripción «Buenu, pues molt bé, pués adiós», que vienen a ser las palabras con las que el mayor se despidió en Madrid de su pasado.