La distopía ya está aquí

Las últimas tendencias en la ficción literaria se proponen describir un futuro apocalíptico, pero enfocado desde la realidad cotidiana: vendrá un mundo, nos dicen, en que la sequía creará conflictos, los muros aislarán países y el cambio climático sumergirá pueblos enteros bajo el agua. Algunos críticos coinciden en el diagnóstico: en el fondo, dicen, es una reacción desde el optimismo, desde un presente que nos indica que aún podríamos estar peor. Yo creo, en cambio, que la distopía ya está aquí y que la realidad es mucho más turbadora, solo que actúa de forma sutil, con la misma quietud de esas cifras que ahora nos dicen que muere más gente por la contaminación en las ciudades que por el tabaco.

Mientras Manuel Valls se hace fotos con la última cabina telefónica de Barcelona, este desasosiego del presente, por ejemplo, puede sobrevenir cuando ves las imágenes de una 'granja de clics' situada en algún lugar de la China o Filipinas. He aquí un horror distópico: miles de teléfonos móviles están alineados y programados para que hagan clic, sin parar, en ciertas páginas de las redes sociales, con la intención de crear falsas tendencias, dar visibilidad a un tuit, y multiplicar los rumores y noticias falsas.

La distorsión entre la realidad diaria, y la que nos modifican desde la sombra a golpe de clic, encuentra un terreno abonado en la política, como hemos visto en los reportajes que recientemente ha publicado EL PERIÓDICO sobre el ascenso de la ultraderecha en Europa. Se acercan elecciones y seremos testigos, cada vez más, de la manipulación ideológica de los hechos. Estos días el candidato del PP, Pablo Casado, resucitaba sin manías la trama conspiratoria sobre los atentados del 11-M en Madrid, y es algo que nos pone en alerta sobre lo que podremos ver y sentir. Si ahora ya estamos así, no es difícil prever un abanico de 'fake news' en la campaña electoral. Será una buena oportunidad para comparar el estilo torpe de Casado, a la caza del voto aznarista, y las perversiones sin complejos de Vox, refinadas por los algoritmos de Steve Bannon. Entretanto Putin dibuja una media sonrisa burlona. y acaricia un gato en su regazo.