Pequeño observatorio

Saber plantar palabras

Hay personas que escriben sus diarios, no para vender en las librerías, sino porque se cuenta una vida, un tiempo, sentimientos y opiniones

Un hombre teclea en un ordenador portátil.

Un hombre teclea en un ordenador portátil.

Josep Maria Espinàs

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Ya hace años que me hice esta pregunta, probablemente estúpida: ¿es necesario que haya escritores y lectores?

Todo lo que existe tiene alguna razón para existir.

Tendría 10 años, tal vez 11, cuando empecé a escribir versos, elementales y tópicos, por un motivo que ignoro: recuerdo, solo, que aquellos versos tempranos hablaban de las golondrinas, quizá porque las veían pasar cerca de mi balcón.

Yo escribía con una discreta regularidad y mis padres me veían pero no me decían nada. Siempre he agradecido que no me hicieran ni críticas ni elogios, sencillamente me dejaban hacer.

Yo pasé de versos infantilmente líricos a unas prosas que intentaban describir realidades. Tal vez fue el origen de mi pasión por observar la realidad, que con el paso de los años me llevó a hacer viajes a pie para poder observar la riqueza de las diversas formas de vida que tenemos a nuestro alrededor.

Cuando hace años me hice la pregunta que decía al empezar el artículo, ¿es necesario que haya escritores?, no tenía intención provocativa, sencillamente observaba que cada uno de nosotros crea un mundo singular en el que escribimos la historia de una vida. No hablo de buena literatura, que es muy exigente.

Hay personas que escriben sus diarios, y bien que hacen. No por ganar un Premio Nobel ni para editar y vender en las librerías, sino porque se cuenta una vida, un tiempo, sentimientos y opiniones.

Siempre es posible que un día se descubra que aquel texto digamos íntimo es un texto importante. La valoración que hacemos de las cosas -además- cambia según la época. El mismo Simenon pasó de ser un popularísimo escritor de género a un tótem de la alta literatura que ahora es.

No hay palabras estériles si las sabemos plantar y regar.