Dos miradas

El expectante

La tragedia es ser heredero durante toda la vida, como Carlos de Inglaterra

La reina Isabel y el príncipe Carlos, en la celebración del 50º aniversario de la investidura del segundo como príncipe de Gales.

La reina Isabel y el príncipe Carlos, en la celebración del 50º aniversario de la investidura del segundo como príncipe de Gales. / AFP

Josep Maria Fonalleras

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Solo hay una cosa en el mundo peor que ser un heredero: ser un heredero toda la vida. Es un concepto que implica expectativa, potencia que se convertirá acto una vez se concrete el inexorable paso del tiempo. Al heredero solo le toca esperar para convertirse en plenitud. Ser heredero contiene, en la propia esencia del término, la promesa del cumplimiento, ineluctable, seguro. No es suya, la propiedad, pero sabe que lo será. Y vive y entiende esta misión en la tierra en función del día que dejará de serlo. Dejar de ser heredero es abandonar la espera, porque la espera solo se puede entender (y soportar) como un estado temporal que terminará un día.

La tragedia de verdad es ser heredero toda la vida. Hace cincuenta años, cuando Led Zeppelin editaba su primer disco, cuando se casaban (y luego se acostaban, en aquella foto tan famosa) Lennon y Yoko Ono, cuando el comandante Neil Armstrong pisaba la luna, cuando comenzaba la guerra de Vietnam y Franco nombraba a su heredero (que ese sí que reinó: la saga aún continúa), un joven Carlos de Inglaterra, con 20 años, era investido como heredero de la corona por su madre, que tenía 42. Cincuenta años después todavía es heredero y la madre lo ha celebrado con una fiesta que aún no sé si era una fiesta o una broma de mal gusto. Ay, mirad, a mí me da pena, este príncipe de Gales. Estoy desolado. Eso sí: difícilmente perderá el récord del heredero (es decir, del expectante) más longevo de la historia.