Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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Fairy

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A raíz de ciertas declaraciones en el famoso juicio del ‘procés’, las redes han iniciado un bombardeo de chistes sobre el Fairy. A primera vista, podría parecer que lo gracioso del asunto es la inclusión de algo tan doméstico como ese detergente en un contexto extremadamente serio –y pomposo–. Pero no es así. Voy a intentar explicarme.

Los niños pequeños aprenden a hablar después de escuchar miles de veces una palabra mientras ven el objeto por el que es designada. Oyen, por ejemplo, «botella» en innumerables ocasiones mientras sus padres señalan una botella. Escuchan «agua» mientras ven agua. Al principio, cuando contemplan una botella de agua, no saben si eso es «botella» o es «agua» y los pobres se hacen un lío tremendo. El embrollo desaparece cuando oyen «leche» mientras ven una botella de leche. Entonces se disocia todo: ya saben que la botella es el continente y el agua, la leche, la limonada, o lo que sea, es el contenido.

Algo similar ocurre con el Fairy y los chistes que sobre el detergente inundan ahora las redes. Podríamos pensar, como los niños pequeños antes de la disociación, que lo que genera la risa es el Fairy en sí mismo, pero si realizamos el experimento que de modo natural ocurre en la infancia, veremos que no es así. Nuestra «botella de agua» será ahora el «Fairy utilizado para hacer resbalar a votantes del referéndum». Aquí ya no habría chistes, ni memes, sino una teatral indignación. De ello se desprende que el Fairy no es lo gracioso, como habíamos supuesto, sino la imagen de policias resbalando a la entrada de un colegio.

Algo similar ocurrió con el barco con el dibujo de Piolín. Miles de chistes pudimos ver y leer sobre el asunto. ¿Era Piolín lo gracioso? Aparentemente, sí. Pero si ese mismo barco, decorado exactamente igual, hubiera estado repleto de inmigrantes sufrientes, los chistes  de la ridícula embarcación jamás habrían aparecido.

No nos engañemos. Ni el Fairy ni Piolín son graciosos. Lo que le encanta a mucha gente es ver a los polis en situaciones comprometidas. Ya lo sabía el astuto Chaplin, que generaba fáciles carcajadas cuando su personaje Charlot le daba una patada en el culo al 'poli' que le perseguía. 

A mí, personalmente, no me hace gracia que los policías que me defienden sean tratados como personajes de un cortometraje mudo de Charlot. Sé que es muy adolescente tratarlos así, pero es que la adolescencia, se mire como se mire, es algo terriblemente pesado y hueco. De hecho, aunque sea incorrecto decirlo, y pido perdón a la intelectualidad humorística por mi comentario, ni siquiera me hace gracia cuando lo veo en Charlot, porque me parece previsible, barato y demagógico.

A mí, lo que me haría reír un montón es ver a algunos cómicos resbalando sobre un suelo lleno de Fairy. Y me reiría porque –no puedo evitarlo aunque quiera– tengo mi parte de Charlot y muchos de esos cómicos son para mí los nuevos policías.